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Viernes 15 de octubre de 2004

Recuerdos del último
premio Nobel de ciencia

El 8 de octubre, el científico César Milstein hubiera cumplido 77 años de vida. Algunos testimonios que hicieron historia.

Por Cecilia Draghi (*)


César Milstein.

  Máxima supo a principios de 1927 que estaba esperando otro hijo. No había test de embarazo casero por ese entonces. Faltaban varias décadas para este eficaz y rápido diagnóstico. Y ella iba a dar a luz precisamente a quien con su investigación permitiría desarrollar esta técnica que brinda la primicia de la llegada de un bebé al mundo con una simple prueba en el hogar.

  Lejos estaba esta cuestión para esta docente de alma, oriunda de Entre Ríos, de apellido Vapñarsky de soltera hasta que se convirtió en la señora Milstein, luego de conocer a Lázaro. Él había nacido en un pueblito de Ucrania y desembarcó como tantos miles en estas tierras en búsqueda de nuevos horizontes. Hizo de todo, trabajos pesados en el campo, desde cargar bolsas hasta cosechar. No se detuvo en probar distintos oficios como carpintería y talló un destino distinto que lo llevaría al mundo del comercio. Estaba en esos primeros pasos, cuando se casó con Máxima.

  Bahía Blanca fue la ciudad que cobijó a los Milstein. Ya había nacido Oscar, tres años atrás, y aguardaban a César, quien finalmente apareció en escena el 8 de octubre y nunca dejó de recordar a su familia de origen que se completaría en 1931 con Ernesto. Es más, a ellos se refirió en las primeras líneas autobiográ-ficas, que como es tradicional escriben aquellos que logran el codiciado Premio Nobel. «Mi padre -testimonió- fue un inmigrante judío que se afincó en la Argentina y quedó a su propia suerte cuando tenía 15 años. Mi madre era maestra e hija de una modesta familia de inmigran-tes. Para ambos, ningún sacrificio era demasiado grande a fin de que sus tres hijos (yo era el del medio) fueran a la universidad. Yo no era particularmente un alumno brillante, aunque tenía una activa participación en los asuntos del Consejo Estudiantil y de política», escribió como parte de las líneas autobiográficas con motivo de recibir en 1984 el Nobel de Medicina por sus contribuciones al desarrollo de la biología molecular.

  Pero volviendo a su Bahía Blanca natal, cuando seguramente no soñaba con ese codiciado galardón, ni siquiera sospechaba cuál sería su vocación. Ésta, como él mismo la relató a la revista «Viva» de Clarín, «surgió de una manera muy extraña, lo recuerdo perfectamente. Mi madre tenía muchas hermanas y una de las mayores tenía dos hijas que me llevaban más de diez años. Estas primas habían estudiado bioquímica y una trabajó en el Instituto Malbrán. Recuerdo que yo tenía 11 ó 12 años y mamá le preguntó a la mayor qué hacia. Y mi prima le contó que estaban produciendo vacunas, y describió cómo sacaban veneno a las serpientes para hacer suero antiofídico. Yo la escuché fascinado», recordó. Y este sentimiento no pasó inadvertido por su madre, quien le compró el libro «Los cazadores de microbios» de Paul De Kruiff, quien con pasión relata historias de grandes científicos.

  «Este libro me dejó totalmente convencido de que era eso lo que yo quería hacer. Fue fantástico. Con el tiempo, encontré a muchos científicos que también habían leído ese libro cuando eran chicos y quedaron totalmente deslumbrados», memoró allá por 1995.

Frases de Milstein

«En general, en ciencia es muy difícil saber cuáles son los temas que se deben investigar. Esa es una lección que no aprenden los políticos, que quieren dirigir la ciencia. No se la puede dirigir porque no sabemos adónde va. Usted no puede decir ‘Yo quiero curar el cáncer, no me vengan con problemas de ADN, genes o conocimientos básicos’. La respuesta es ‘Entonces, nunca va a curar el cáncer’». Revista Viva de Clarín del 8/1/95.

«Soy químico. Y el Nobel de Medicina fue un accidente en mi vida. Pero me siento menos culpable cuando pienso que Federico Leloir ganó el de Química y era médico», dijo con motivo de celebrarse el Día del Médico a La Nación, publicado el 27.11.1999.

De Bahía Blanca a Cambridge

  Atrapado por cazadores, a los 17 arribó a la metrópoli porteña con un claro fin: estudiar en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. «Sabe usted -preguntó Milstein a José Claudio Escribano en una entrevista publicada en La Nación en el 2001- que en la facultad me llamaban El Pulpito? Ocurría que fundé una cooperativa para comprar libros y apuntes porque quien lo hacía hasta entonces tenía precios exorbitantes. Lo llamaban El Pulpo».

  Allí, como él mismo se define no era un estudiante brillante, pero sí un activo militante. Allí también conoció a su esposa Celia Prilletensky, quien sería su compañera de toda la vida. «Luego de la graduación, nos casamos y nos tomamos un año completo libre en la más inusual y romántica luna de miel, abriéndonos el camino a través de muchos países europeos, incluyendo un par de meses en kibbutz israelíes».

  En 1957 se doctoró en química, y un año después fue becado para estudiar en Cambridge, donde trabajó durante tres años en el Departamento de Bioquímica del Consejo de Investigaciones Médicas, hasta que volvió a la Argentina. Aquí en 1961 lo nombraron jefe del flamante Departamento de Biología Molecular del Instituto Malbrán hasta que con el golpe militar, fue intervenido, y Milstein decidió partir a Gran Bretaña. Ya no regresaría más que de visita.

  La requisitoria periodística no se hacía esperar luego de que recibiera el Nobel. Y cada vez que era posible no faltaban reportajes en que se le pedía su evaluación acerca de los científicos argentinos.

  A esto el doctor Milstein contestó en el 2001: «Como científicos son un valor difícil de explicar, pero creo es producto de un esfuerzo enorme, de haber llegado a algo a costa de un gran sacrificio. Percibo en los científicos argentinos un idealismo, una condición de actores de la aventura del pensamiento en términos que están ausentes en científicos de otras partes. Tal vez esto también tenga que ver con la sociedad argentina, que los respeta, como siente respeto por los intelectuales. Esto no pasa en todo el mundo», señaló a La Nación.

  Un año más tarde, en marzo de 2002 murió en Cambridge el doctor Milstein, quien fue el último premio Nobel que obtuvo la ciencia de nuestro país.


Una última pregunta

  «Una última pregunta. En las listas de premios Nobel, su nombre aparece a veces asociado a Gran Bretaña, a veces a la Argentina. ¿Podemos considerarlo un Premio Nobel argentino, por lo menos en algún porcentaje?», planteó Diego Hurtado de Mendoza en una entrevista publicada en Educyt 185, 2da. sección (http://www.fcen.uba.ar/prensa/educyt/2002/ed185b.htm)

  César Milstein, respondió «En un porcentaje con toda seguridad. Yo hice mi tesis y aprendí a hacer ciencia en la Argentina. Toda mi educación inicial, mi formación cultural -que también es muy importante en el trabajo posterior- proviene de allí. Yo soy una parte de ese elemento de talento que veo que en la Argentina surge por todos lados. Pero también pertenezco a ese grupo que se fue al exterior, y que es allí donde pudo empezar. No cabe duda de que la Argentina tiene derecho a decir ‘ese individuo no solamente hizo toda su educación acá, incluso hizo su doctorado, sino que aprendió a hacer ciencia acá’. Por otro lado, yo hice el trabajo en Inglaterra. Durante mucho tiempo trabajé acá.(...) Cuando me dieron el Premio Nobel, el comité tuvo mucho cuidado en hacer participar y distribuir a los dos países en esto. Estaban involucradas las dos embajadas, la inglesa y la argentina. Mi escolta a la cena con la Reina fue el embajador argentino.»


(*) Centro de Divulgación Científica - FCEyN.

 

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