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Martes 28 de marzo de 2006

Estar en la ola también importa a la ciencia

Incansables, jamás forman dos paisajes iguales, las olas atrapan desde siempre la atención y tampoco escapan a la observación de los científicos. El oceanógrafo Sergio Schmidt brindó detalles que permiten tener una mirada distinta la próxima vez que nos topemos con ellas..

Por Cecilia Draghi (*)


La Gran Ola de Kanagawa, ilustración del artista japonés Katsushika Hokusai

Las olas y el viento no sólo dan lugar a canciones con cierto sucundún, o letra a enamorados para cautivar a su amada. Además de todas las connotaciones personales con las que impacta esta masa de agua en movimiento, las olas son objeto de estudio para la ciencia. “¿Por qué importan? En primer lugar para entender la naturaleza”, dice el oceanógrafo Sergio Schmidt en su charla “Olas y Playas” durante la Semana de la Tierra 2005.

Quién no se ha sentado en la arena a contemplar ese paisaje único e irrepetible. “Las olas son todas distintas, lo que las convierte en un fenómeno aleatorio. Uno conoce una ola, pero no sabe cómo es la que viene ni la anterior. No hay relación”, describe el especialista del departamento de Ciencias de la Atmósfera.

Pero ¿qué son las olas? “Se trata de ondas que se propagan sobre la superficie del mar generadas por el viento. Son capaces de viajar miles de kilómetros y eventualmente romper en la costa”, indica.

Si bien son ondas, no son las únicas que existen en el mar. Allí hay otras como las mareas, de origen astronómico, que son ondas largas de cientos de kilómetros entre crestas. En cambio, las olas son ondas cortas, de algunas decenas hasta centenares de metros entre crestas.

¿Por qué rompen las olas?


Olígrafo Waverider (Datawell), fondeado en la boca del Río de la Plata

Las orillas son algo así como el cementerio de olas. “Cuando las olas rompen dejan de ser lo que eran”, sugiere. Pero primero vale detenerse en cómo nacen: su artífice es el viento.

“Apenas sopla el viento comienzan a conformarse. En su camino crecen sus alturas acumulando agua y energía, que no pierden a pesar de sus extensos recorridos. Toda esa energía la vuelcan en la zona de rompientes, donde justamente nos bañamos”, señala.

Precisamente, en el Atlántico pueden viajar cientos de kilómetros para colapsar con gran sonoridad en la playa o a veces más silenciosamente. “Rompen, pierden energía y se desarman. A veces pueden rearmarse pero en dimensiones más pequeñas”, destaca.

Ahora bien, ¿por qué rompen? “Las olas en la costa rompen cuando su altura es similar a la profundidad”, indica. En tanto, la explicación física es la siguiente: “Bajo la ola, las partículas de agua van describiendo órbitas que acompañan al movimiento de la onda, en toda la columna de agua hasta el fondo. La velocidad a la cual la onda se propaga no coincide necesariamente con la velocidad de las partículas de agua. En general, la velocidad de propagación de la onda es más grande que las de las partículas que orbitan debajo de ella. Pero cuando la ola comienza a llegar a la costa, la velocidad de las partículas, cerca de la cresta, comienza a ser mayor que la velocidad de la onda, que viene frenándose al encontrar menos profundidad. Entonces, esas partículas se adelantan a la ola pues su velocidad es mayor. Esa es la rompiente. Las olas dejaron de ser lo que eran antes”.

Pero no todas vienen a morir a la costa. Muchas desaparecen en plena altamar.

Las características de las olas dependen de la velocidad del viento, de la extensión o superficie del mar sobre la cual sopla o por la persistencia o duración que tenga. “Las corrientes también pueden influir en las olas. Si tienen dirección contraria, las pueden hacer crecer en altura y hasta logran disminuirles tanto su velocidad de propagación, que las olas parecen detenidas, como congeladas. Esto fue observado en la desembocadura del río Amazonas”, ejemplifica.

Estar en la ola

Los científicos que estudian de cerca las olas, lo hacen con equipamientos especiales llamados olígrafos superficiales o boyas. Se trata de un instrumento que flota y se deja llevar por los vaivenes de las olas, registrando su movimiento hacia arriba y hacia abajo y envía todos los detalles por vía satélite en el sistema Argos, a una base científica situada en tierra firme.

“El Río de la Plata cuenta con un olígrafo superficial, que muchas veces ha sido ‘llevado’ por los pescadores y hubo que rescatarlo. No fue difícil encontrarlo porque su sistema brinda permanente señal de su ubicación. Un dato que seguramente no tuvieron en cuenta quienes quisieron quedarse con este aparato que cuesta 70 mil dólares”, detalla.

El Río de la Plata tiene sus olas, pero en general “no pueden crecer mucho porque posee poca profundidad”, subraya. En verdad, son cortitas pero lo suficiente movedizas para hacer sentir, a cualquier navegante, que se halla en una especie de cocktelera cuando el río está “picado” o hay “pesto” como se dice en lenguaje náutico.

Olas chicas, medianas y enormes. Los olígrafos no se cansan de medirlas y han existido casos en el océano Atlántico de más de 30 metros de altura, que han motivado no pocos naufragios.

Camino a la playa

Las olas cerca de las rompientes generan corrientes que acarrean animales, plantas y sedimentos. Traen, pero también se llevan. De esta situación es testigo un particular escenario entre el mar y la tierra: la playa.

“Con mal tiempo, las olas sacan arena de la playa. Y ocurre a la inversa cuando hay buen tiempo. Las playas cambian permanentemente en un equilibrio dinámico”, indica.

Claro que a veces por causas de la naturaleza o por el accionar del hombre, pueden hacer estragos. Esto ocurrió en Mar del Plata. “Las corrientes asociadas a las olas transportan arena de sur a norte, dentro de la zona de rompientes. Con la construcción de la gran escollera en el puerto, los sedimentos quedaron atrapados al sur del mismo. Esto generó un déficit de arena en las playas al norte del puerto que se evidenció con el angostamiento de las playas y la erosión de los acantilados de Camet. Recientemente, las playas fueron rellenadas con arena producto del dragado del acceso al puerto”, relató.

Todo lo que el mar no pudo depositar sobre la playa porque quedó trabado en el paredón del gigantesco muelle, tuvo que ser puesto por el hombre.

Seguro que este verano si volvimos a las playas de siempre, nos habrán parecido que no cambiaron. Pero así como no hay dos granos de arena iguales, tampoco ese escenario quedó quieto. Es más, mientras disfrutamos de su paisaje, o chapoteamos hasta el cansancio dejándonos estrujar o sarandear por las olas y toda su energía justo en el lugar donde dejan ellas de existir, estamos siendo testigos de cambios permanentes, quizás imperceptibles. Porque la naturaleza, al parecer, no conoce de vacaciones.


Gráfico construido a partir de datos que aporta el olígrafo de un día normal.

Más información sobre el tema:

(*) Centro de Divulgación Científica - SEGBE - FCEyN.

 

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