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Viernes 25 de agosto de 2006

Una expedición a los Andes
Alta Montaña

Todas las vicisitudes de una expedición geológica a las altas cumbres de los Andes son relatadas por el profesor Víctor Ramos. ¿Cómo se organiza una campaña? ¿Cuáles son los mayores desafíos a sortear?¿Cómo es la rutina del campamento? ¿Es necesaria una personalidad especial para esta tarea? Todos los testimonios de un experto en la materia quien desde 1963 acude a la montaña andina para develar sus misterios.

Por Cecilia Draghi (*)


Los Andes es el segundo hogar del profesor Víctor Ramos, ubicado en el centro de la foto rodeado de discipulos

  En enero y febrero suelen planearse las ansiadas vacaciones, pero para no pocos científicos resulta el tiempo de campaña. Es el momento para vestirse el traje de expedicionario e iniciar la aventura del conocimiento muy lejos de casa y a miles de metros de altura, en plena Cordillera de los Andes.

  El doctor en geología, Víctor Ramos, es un especialista en descifrar los mensajes que guardan celosamente las montañas, por ejemplo, de cómo fueron los movimientos terrestres hace millones de años atrás. Allí, desde 1963, va todos los veranos en busca de respuestas junto con un equipo de entusiastas colaboradores.

  Durante algo más de cincuenta días, el hogar estará más cerca que nunca del cielo y, sólo el sonido del viento interrumpirá el silencio. Ellos estarán solos en medio de la nada... o del todo, porque ahí el límite es difuso. Sin electricidad, teléfonos ni ninguna vía de comunicación con la civilización; el único contacto directo será con la naturaleza en estado puro. El mundo oscilará entre las incomodidades terrenales de dormir en el suelo, al placer intenso de hacer pie en lugares que nunca antes nadie pisó como geólogo.

  Cuando pareciera que no hay nada nuevo bajo el sol, el planeta aún guarda resquicios inexplorados. "Lo que ocurre en este siglo XXI -relata el doctor Ramos- es que las áreas originales y vírgenes que quedan para ser investigadas están ubicadas en las zonas más recónditas y de más difícil acceso. El primer paso es analizar cómo ir. Para ello hay varias formas. En el Primer Mundo se llega al lugar en helicóptero, aterrizan allí y estudian el área. Normalmente en Argentina, esta situación está fuera del presupuesto disponible de ciencia y técnica. Lo que se hace es seguir trabajando como en el siglo XIX".

  ¿Y cómo es entonces?


Cuando se llega al lugar escogido, los investigadores montan el campamento base y a partir de allí se hacen todos los recorridos necesarios para conocer la zona.

  - Primero se toma contacto con los viejos pobladores de la zona. Siempre hay alguno que por su baquía es reconocido por el resto de la comunidad y uno cae en manos de ese señor, quien mejor conoce el área a estudiar.

  Pero además es necesario contar con una reata de animales que transporte el equipamiento lo más cerca del sitio elegido. "Generalmente hace falta media docena de mulas. Una para el baqueano, otras para el geólogo así como para los ayudantes y, el resto para transportar el campamento y la comida", enumera.

  Un viaje de estas características comienza mucho antes del día de la partida y concluirá un largo tiempo después de la llegada. Los preparativos requieren especial atención desde la mochila -que no se puede cargar al azar-, hasta el análisis de las más intrincadas sendas de montaña con el auxilio de la más moderna tecnología. Cada prenda, libro, carpa, bolsa de dormir, víveres, e instrumental, deben ser estudiados al dedillo o mejor dicho al miligramo, porque deberán ser cargados a cuestas.

  "El viaje puede durar de tres a cuatro días a lomo de mula. Se llega hasta donde los animales pueden entrar. A partir de ese momento, se bajan todas las pertenencias y se inicia a pie el acceso final a la zona donde uno quiere trabajar. Esto puede llevar otros dos o tres días de caminata", describe el investigador desde su Laboratorio de Tectónica Andina en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.

  Por ese entonces, el baqueano ya los guió a donde querían ir, e inicia su regreso. "La gente del lugar piensa que estamos locos porque siempre estamos en sitios inhospitalarios", señala. "El lugar donde nos dejó el lugareño es, en general, el punto donde nos vendrá a buscar semanas después, según la fecha convenida para el regreso", agrega. Pero, para que esto ocurra deberán transcurrir unos sesenta días.

Las 24 horas del campamento

  Recién llegados al lugar escogido, se monta el campamento base y a partir de allí se hacen todos los recorridos necesarios para conocer la zona. "La rutina es trabajar de sol a sol porque como cuesta mucho trabajo llegar ahí, hay que aprovechar el tiempo al máximo", desliza.

  Apenas amanece y luego del desayuno cada grupo de trabajo inicia la tarea de exploración. Siempre se sale de a dos o más personas, por una cuestión de seguridad. Si uno se accidenta, el otro puede acudir en su ayuda. "Ambos buscan la vía mas fácil para escalar la cordillera. La diferencia entre los geólogos y los montañistas es que ellos pretenden subir por el camino más difícil; en tanto, nosotros buscamos la relación costo-beneficio más alta, es decir con el menor esfuerzo llegar al lugar más lejos". Pero no sólo importa alcanzar la meta, sino que el camino también forma parte de su rutina de trabajo.

  "A medida que uno va subiendo debe tomar nota y describir lo que se observa. Si se encuentran rocas excepcionales hay que sacar fotos, documentarlas y explicar las estructuras que tiene. Asimismo se recogen muestras para analizarlas al microscopio, y estudiarlas más detenidamente en el laboratorio de regreso a casa", precisa.

  La vianda del almuerzo suele ser una buena excusa para el descanso en el trajín cotidiano que se extenderá hasta el atardecer. A veces la jornada es imborrable, porque se obtuvieron hallazgos que harán historia.

  "Este año -recuerda- estábamos casi en el límite con Chile, llegando a la laguna Fea, y encontramos una roca rarísima para ese lugar. En el medio de la Cordillera había restos de fósiles marinos. Esto indicaba que hace 65 millones de años, un mar procedente del Atlántico había ingresado hasta casi al límite con Chile. A esta latitud jamás se había vislumbrado esta posibilidad. Este hallazgo da un preciso dato sobre la edad en que empezó a levantarse la Cordillera. A un geólogo le emocionan este tipo de cosas porque a veces cambian modelos previos o ajustan el desarrollo de nuevos paradigmas".

  La suerte dirá si con más o menos gloria, pero siempre con unas cuantas muestras de rocas en la mochila, se regresa al campamento a poco de que comience a oscurecer. "Es el momento de sacar fuerzas de donde no las hay para preparar el fuego, buscar leña y elaborar la comida", indica. De modo democrático se dividen las tareas en el grupo: cada uno tiene que hacer todo.

  Desde una platea privilegiada para observar las estrellas, los encontrará la noche con la cena humeante y el diálogo compartido. Aunque a veces el tiempo juega una mala pasada. "Aún en febrero puede nevar en cualquier momento. Siempre hay que estar preparado para mojarse o tener frío, es decir llevar los abrigos correspondientes para no pasar un mal momento", grafica.

  Lo mismo puede ocurrir al amanecer. A veces el cielo es increíblemente diáfano, y en otras ocasiones la cordillera empieza a taparse de nubes cada vez más negras y hay que prepararse para lo peor. "Cuando hay mal tiempo -comenta- estamos encerrados en la carpa hasta 12 horas, o lo que dure el temporal. Se aprovecha entonces para leer, jugar a las cartas o recordar anécdotas".

El día que vivimos en peligro

  Si bien las situaciones de riesgo pueden ocurrir, cada vez se dan menos casos, según menciona. Uno de los más complicados ocurrió hace unos 20 años atrás. Y se trató de un naufragio. "Volvíamos -cuenta- de una campaña del interior de la provincia de Santa Cruz. Se debía cruzar una zona de varios lagos, porque ese era el mejor camino para evitar hacerlo por los glaciares. Ya habíamos navegado cuatro lagos encadenados (Belgrano, Escondido, Azara y Nansen) y nos quedaba sólo regresar de este último, dado que estábamos ya en el lado chileno. Pero se desata una gran tormenta y decidimos esperar en la costa antes de dar el último paso. El mal tiempo duraba más de una semana y no amainaba. Ya nos estábamos quedando sin víveres. Entre no comer y cruzar el lago, decidimos lanzarnos al agua nuevamente en nuestro bote. Naufragamos cerca de la costa de desembarco. Estuvimos unos minutos en esa agua helada. Perdimos todo lo que teníamos y debimos volver con lo puesto y mojados, luego de tres días de caminata a la civilización".

  Pero estos casos son casi una excepción en su larga trayectoria. "En cuarenta años puedo contar dos o tres experiencias de este tipo. Con el paso de los años ocurren en menor medida, a pesar de que cada vez vamos a zonas más difíciles de alcanzar. Uno llega a la conclusión de que con la experiencia se logra disminuir las ocasiones de riesgo. Esto es parte de la madurez del equipo de trabajo", estima.

  El reto es doble. Por un lado, los desafíos de la naturaleza y, por otra parte, llevar armónicamente adelante la convivencia con un puñado de investigadores que no comparten ocho horas de trabajo, sino varias semanas de sol a sol.

  ¿Se requiere alguna personalidad especial para ser parte del equipo?

  - No. La mejor forma de conocer a alguien es compartir uno o dos meses de campamento. Uno conoce las mejores y peores virtudes de la persona. A raíz de eso es que se forman amistades muy fuertes y que perduran a través de los años.

De vuelta a casa

  Casi aislados por completo del mundo, este puñado de exploradores no se cansan de tomar nota y buscar material para ser analizado en el laboratorio de la facultad. "El peso de la mochila no varía demasiado porque lo que se lleva a la ida como carga de comida es lo mismo que se trae a la vuelta en muestras. Más de 25 kg por persona no se puede llevar, así que todo debe elegirse muy bien", sugiere.

  Mientras las primeras semanas de campaña suelen pasar volando, al llegar al día 45, el almanaque parece cobrar otra dimensión. "Cuando uno está allá luego de un mes y pico, se pregunta dónde ´está mi Buenos Aires querido´ y empieza a contar los días para el regreso. Pero luego, en el fragor de la ciudad, uno se plantea cuánto falta para ir de nuevo de campaña. Esto -comenta- es muy humano".

  Y ahora se halla justamente preparando la expedición 2007. ¿A dónde? "A la zona sur de Mendoza, detrás de Las Leñas. Un sitio que se llama Valle Hermoso y, en verdad, está bien puesto el nombre. Estamos haciendo todo el estudio previo de la campaña", concluye, mostrando una vez más que su espíritu de explorador sigue intacto.

(*) Centro de Divulgación Científica - SEGB - FCEyN.

 

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