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Martes 21 de junio de 2005

La pérdida de un Maestro

Por Dr. Pablo Jacovkis (*)

  En la madrugada del sábado 18 de junio murió el Doctor Manuel Sadosky, profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires, padre de la computación en Argentina, figura relevante para el desarrollo científico y tecnológico del país y, sobre todo, maestro. Puedo atestiguar que sus clases de Análisis Matemático I (que cursé en el viejo edificio de la calle Perú, casi completamente destruido por alguna dictadura militar que hasta en ese aspecto mostró su odio hacia cualquier cosa que representara el pensamiento independiente) atraían alumnos como un imán. La mayoría era de química, que en esa época era la carrera más poblada de la Facultad (comprendía el 80% de los estudiantes) y es notable cómo los futuros químicos entendían las clases satisfactoriamente y muchos de ellos las recuerdan (y lo recuerdan) hasta hoy. Y jamás abandonó el rigor matemático, lo cual demuestra que, si se es buen docente, se puede enseñar matemáticas en serio a quienes tienen otra vocación.

Pionero de la computación

  Manuel fue uno de los primeros que, en nuestro país, comprendió perfectamente la importancia que tendría la computación en el desarrollo científico y tecnológico. Así, cuando fue designado Vicedecano de esta Facultad en 1957, se ocupó personalmente de tres objetivos, por los cuales creo que merece sin duda el nombre de «padre de la computación argentina».

  En primer lugar, fue la figura clave en la compra de la primera computadora científica del país: la mítica «Clementina», instalada en 1961 (Clementina fue destruida y muchas de sus piezas se perdieron o fueron robadas después de la intervención militar de 1966, la de la famosa «Noche de los Bastones Largos», del general Onganía).

  En segundo lugar, creó el Instituto de Cálculo, primer instituto nacido bajo la nueva reglamentación de institutos de la UBA, a principios de la década del sesenta; el Instituto de Cálculo fue el primer instituto de matemáticas aplicadas y computación del país, y allí se hicieron no solamente investigaciones científicas y tecnológicas de alto nivel -por ejemplo, el proyecto de simulación de ríos andinos realizado por Varsavsky y Aráoz, que fue independiente de similares estudios de punta del Harvard Water Program- sino trabajos originales para terceros, terceros que incluían a la Comisión Nacional de Energía Atómica, a Ferrocarriles Argentinos, y a varias universidades.

  Y en tercer lugar, creó en 1963 la carrera de computador científico de la UBA, primera carrera de computación del país.

  Después de la Noche de los Bastones Largos, todos los integrantes del Instituto de Cálculo -incluido por supuesto Manuel- renunciaron, y el Instituto, como centro de investigación científica, desapareció hasta su recreación en 1988.

  Manuel comenzó entonces a viajar a Montevideo, y tuvo una actuación descollante en el desarrollo de la computación en Uruguay. En 1974, el clima político de nuestro país se le hizo irrespirable, y se radicó en Caracas, y luego en Barcelona, hasta su regreso poco antes de la restauración democrática.

  Al asumir el gobierno constitucional del Dr. Alfonsín, Sadosky fue nombrado Secretario de Ciencia y Tecnología, cargo que ejerció durante todo el gobierno de Alfonsín, y desde el cual contribuyó a la democratización del CONICET y a la recuperación de la ciencia argentina.

  Durante su gestión, creó la Escuela Superior Latinoamericana de Informática (ESLAI), que en su breve existencia (cinco años) significó un avance en educación e investigación informática de varios órdenes de magnitud.

  El páramo informático que era nuestro país en 1983 fue remplazado por planes de estudios modernos, investigadores, tesistas de doctorado.

  A ello no fue ajeno el Programa Argentino Brasileño de Informática (PABI) y las Escuelas Brasileño Argentinas de Informática (EBAIs), también motorizados por Manuel; por supuesto, al igual que la ESLAI, estos emprendimientos fueron discontinuados por el gobierno de Menem.

  Es admirable como Manuel nunca perdió su optimismo, a pesar de que a veces debe de haber tenido la sensación de arar en el mar, como diría Bolívar. Es difícil encontrar una persona con tal confianza en la educación, en la razón, en la ciencia, y con tal capacidad de trasmitir dicha confianza.

  Una visita a su casa fue siempre para mí una sensación de estar en un lugar contenedor, con Manuel solícito pensando a quién de sus numerosísimos amigos distinguidos valía la pena contactar para que colaborara en llevar adelante determinado proyecto. Todo con absoluta discreción, pues Manuel siempre fue modesto, y los honores de sus últimos años -doctor honoris causa de la Universidad de la República, en Montevideo, Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires- no cambiaron un ápice su carácter ni su estilo.

  El último homenaje que recibió fue un interminable aplauso cuando concurrió, el 8 de junio pasado, apenas diez días antes de su muerte, a la presentación del Foro de Competividad de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones.

  Hay dos aspectos adicionales que me gustaría comentar. Por un lado, Manuel, hijo de un zapatero pobrísimo, maestro normal nacional egresado del Mariano Acosta, y recibido luego de licenciado y doctor, fue un producto típico del proyecto jacobino de democratización y ascenso social a través de la educación pública, hoy tan deteriorada (varios de sus hermanos también fueron graduados universitarios). En su caso, como en el de muchos inmigrantes, eso se logró en una generación. En un momento en que la brecha entre los que tienen más y los que tienen menos no deja de aumentar, es importante que el país vuelva a apoyar la educación con la misma intensidad con que lo hizo cuando Manuel estudiaba.

  Por otro lado, Manuel era un humanista, que se encontraba tan a gusto en un grupo de científicos como en un grupo de escritores, o de artistas. Y la gran cantidad de personalidades de todos los ámbitos de la cultura que lo despidieron muestra que Manuel representaba un tipo de intelectual «universal» de los cuales la Argentina necesita muchos más.

(*) Decano - FCEyN.


Manuel Sadosky

Por Carlos Borches (*)


"En el Centro de Estudiantes, con Cora, editábamos un boletín que tenía una frase de Rabelais: Ciencia sin conciencia es ruindad en el alma"

  El sábado pasado nos dejó Manuel Sadosky. En estos casos, es menester presentar un conjunto de datos. Se puede señalar que tenía 91 años, que era doctor en “Ciencias Físico-Matemáticas”, que fue autor de un popular libro de análisis matemático que mereció casi 30 reediciones, y que fue el artífice del ingreso de la computación como disciplina científica en Argentina y en otros países de América Latina.

  Pero para quienes tuvimos la suerte de conocerlo, Manuel, era mucho más que un curriculum, mucho más que la suma de nuestros recuerdos.

  Hace ya muchos años, tuve la suerte de que un amigo en común, el matemático Lucas Monzón, me lo presentara; y desde entonces lo visité con alguna frecuencia en su casa de la calle Paraguay. Nos intercambiábamos comentarios de nuevos y viejos libros, chismes de la comunidad científica, reflexiones de la realidad política y universitaria. Queda claro que en la asimetría de este intercambio yo era el gran beneficiado; y consciente del privilegio, grababa o tomaba apuntes de sus comentarios. Especialmente de aquellos pasajes donde iban apareciendo pinceladas de la historia de la ciencia en nuestro país y de los contextos sociales de su evolución.

  Manuel Sadosky fue una personificación de aquella Buenos Aires desbordada por pobres inmigrantes que encontraban en algunas escuelas públicas el primer peldaño del ascenso social. Y no debe haber persona que haya hablado con Sadosky sin recibir comentarios de aquellos tiempos y de aquella escuela. “Nos criamos en una casa en Moreno y Urquiza, enfrente del Mariano Acosta. Eramos siete hermanos de los cuales los cuatro varones fuimos a la universidad ¿Y sabe de qué trabajaba mi papá? Era zapatero” me dice la imagen de Sadosky que voy reconstruyendo mentalmente con ayuda de mis apuntes.

  “Pero las limitaciones económicas o la falta preparación no le impedía a mis padres entender que lo único que podía salvarnos era la educación” recordaba Sadosky y evocaba a su maestro y sus primeros contactos con la ciencia. “Mi maestro de sexto grado, Alberto Fesquet, había hecho una pecera y nosotros salíamos a pescar al arroyo Maldonado, donde hoy esta la avenida Juan B Justo, para poblar la pecera y hacer informes de lo que observábamos. Sus clases eran atrapantes y durante bastante tiempo pensé en estudiar ciencias naturales. Fesquet nunca se perdía oportunidad de usar las cosas que pasaban a nuestro alrededor para enseñarnos. Una vez encontramos un gato muerto en la escuela e inmediatamente Fesquet lo abrió y nos mostró la médula del gato y experimentó con algunos reflejos, que era el tema del cual había estado hablando las clases anteriores”.

  Fesquet era uno de los tantos maestros que ejercían apasionadamente la docencia mientras completaban una carrera universitaria, “En una oportunidad –recordaba Sadosky- un compañero descubrió en nuestra pecera un animal extraño. Fesquet, que estaba haciendo el doctorado en Ciencias Naturales, lo revisó cuidadosamente pero no lo reconoció y a los pocos días se apareció con un profesor suyo, un francés de nombre Laudí. Todos quedamos muy impresionados con aquel señor alto de barba, igual a los sabios que aparecían en las estampas de la época. Ese día aprendimos a reconocer los tentáculos ocultos de aquel animalito cuyo nombre científico no recuerdo, pero sí me acuerdo que Laudí dijo que los marinos lo llamaban “Teta de vieja”. Pero la lección más importante que aprendimos fue que había cosas que Fesquet no sabía y que cuando uno no sabe algo no tiene que ocultarlo sino ir con quien pueda saberlo”

  En el barrio, en su casa, en la escuela, Sadosky encontró la matriz para desarrollar el resto de su vida. “Pero lo más importante, es que la escuela tenía una cancha de futbol de modo que tenía en el barrio todo lo que se podía necesitar” Luego vinieron los años del secundario en el mismo Mariano Acosta y el título de maestro. “Formamos parte de una generación que vivía la enseñanza con vocación. Había que saber mucho pero también había que ser conscientes de la importancia social que significaba educar. Esa era la escuela de Sarmiento, del positivismo, de la incorporación de amplios sectores a la sociedad. Todo eso se ha perdido. Los bajos salarios degradaron la educación, pero también los docentes tiene un compromiso muy poco importante con los chicos que tienen delante, sin ser conscientes que lo mejor que puede dejarle una generación a otra es la educación” explicaba el maestro Sadosky.

  “Cuando terminé el secundario me tomé un año para saber que quería hacer. –explicaba Sadosky- Todos mis hermanos estaban en la Universidad, aunque también eran maestros y uno de ellos, el que se recibió de abogado nunca ejerció porque prefirió trabajar como maestro”

  Pero Sadosky se inscribió en la que por entonces se llamaba Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que albergaba a las actuales Facultades de Ingeniería, Arquitectura y Exactas. “Me inscribí en Ingeniería pero poco después me dí cuenta que lo que realmente quería hacer era Matemática, una carrera que por aquella época casi no tenía alumnos”.

  En 1940 termina su tesis doctoral “Sobre los métodos de resolución aproximada de ciertas ecuaciones de la Físicomatemática” y comienza a trabajar en la UBA y en la Universidad de La Plata. “Siempre tuve suerte, cuando terminó la segunda guerra mundial, Charles De Gaulle ofreció mil becas para realizar estudios en Paris. Para la Argentina habían asignado 20 becas y yo solicité una para ir al Instituto Henri Poncairé y me fue concedida. El problema lo tuve con la Universidad de La Plata que no me concedió una licencia. Nos pusieron entre la espada y la pared para deshacerse de nosotros, que éramos opositores al peronismo, pero con Cora decidimos irnos de todas formas, a pesar que ya había nacido nuestra hija”

  Sadosky pasa un par de años en París pero luego viaja a Italia donde conocerá nuevas tendencias en su campo de estudio.“En 1948 estuve en el Instituto de Cálculo, en Roma, y allí descubrí muchas cosas fascinantes que desconocía. Me introduje en temas relacionados con el cálculo numérico que a partir de la segunda guerra mundial empezó a desarrollarse espectacularmente junto con las primeras computadoras”. Sin saberlo, Sadosky se estaba transformando en el primer latinoamericano especialista en computación científica.

  De regreso a la Argentina, en 1949, comienza a trabajar en el Instituto Radiotécnico, una institución dependiente de la UBA y el Ministerio de Marina, pero en 1953 renuncia al cargo y no regresará a la Universidad hasta 1956.

Los años dorados

  En 1958, luego de sancionar el Estatuto Universitario que consagraba para la UBA el gobierno tripartito y la autonomía Universitaria, Sadosky es electo vicedecano de la FCEyN acompañando a Rolando García en la conducción de los destinos de Facultad.

  Son muchas las huellas que dejaron la dupla García-Sadosky, pero vamos a detenernos en una cuya sombra se proyecta nítidamente hasta el presente.

  Su paso por el Instituto de Cálculo en Roma le permitieron comprender el impacto que las computadoras tendrían paulatinamente sobre todas las actividades del quehacer humano. Así fue como consiguió los fondos para la compra de una computadora que fue el núcleo central del flamante Instituto de Cálculo de la FCEyN y de la carrera de computador científico. Para medir la magnitud de aquella aventura bastará puntualizar que la computadora en cuestión, una Mercury valvular de 18 metros de largo, fue la primera computadora que hubo en Argentina y la primera en los ámbitos universitarios de Latinoamérica. También podremos agregar que la carrera de computador científico se transformó en una usina de formación de recursos humanos para el subcontinente y que pronto la computadora, bautizada con el nombre de Clementina, pasó a trabajar jornadas de 24 horas para poder dar respuesta a las demandas de investigadores de universidades y empresas públicas que acudían al Pabellón I, por entonces el único edificio en pié de la proyectada Ciudad Universitaria.

  “Creíamos que estabamos haciendo cosas trascendentes que la sociedad valoraba, pero la verdad es que no nos dimos cuenta que estabamos muy aislados, y descubrimos nuestro aislamiento de la peor forma” recordaba Sadosky aproximándose a la Noche de los Bastones Largos.

  Como muchos de los protagonistas principales de la FCEyN de aquellos años, Sadosky relativizaba el impacto de lo que fue el asalto al edificio Exactas por las fuerzas policiales el 29 de julio de 1966. “Viendo lo que vino después, con los asesinatos y desapariciones, aquella noche la sacamos barata y si no hubiese sido porque había un profesor norteamericano, el matemático Warren Ambrose, entre los apaleados, probablemente el hecho no habrá adquirido tamaña trascendencia”

  Luego de la intervención de la Universidad, que marcó en Exactas el alejamiento de la mayor parte de sus docentes, Sadosky se radicó en Uruguay donde fundó el Centro de Computación de la Universidad de la República.

  Los años de inestabilidad política en América Latina no fueron sencillos para Sadosky, que sin embargo no dejó de hacer lo que le gustaba hacer: desde la Universidad, desde un organismo internacional o en la función pública, Sadosky siguió poniendo toda su juvenil energía y su admirable optimismo al servicio del desarrollo de centros de producción científica. ¿Qué lo movía en esa dirección? El mismo espíritu positivista de lo alimentó en la escuela y en la casa, la misma fe puesta en la educación como única forma de salvación.

(*) Programa de Museo e Historia de la Ciencia - SEGBE - FCEyN.


Manuel Sadosky, todo un símbolo

Por Tomás Buch (*)

  Manuel Sadosky (1914-2005) fue un símbolo, además de un hombre y un matemático, virtual creador de las matemáticas aplicadas en la Argentina. Hijo de un zapatero inmigrante a principios del siglo XX, que venía huyendo de Rusia y su vandalismo contra los judíos. Fue maestro normal recibido en la Escuela Normal Mariano Acosta, título del que se enorgullecía más que del doctorado; y luego doctor en matemáticas: "m'hijo el dotor", pero en una disciplina muy alejada de las tradicionales. Hijo de una época en la que para un hijo de pobres inmigrantes todo parecía posible, aunque se veía que las fuerzas de la oscuridad aún fuesen poderosas, violentas y dominantes y había que luchar con todas las fuerzas contra ellas. Hijo de la iluminación y del racionalismo, y firme creyente en el triunfo final de las fuerzas del bien de la humanidad sobre los poderes del oscurantismo, aunque en el transcurso de su lucha incesante sufrió exilios (algunos internos y otros externos) y apaleamientos (algunos metafóricos y otros muy reales) durante los diversos procesos reaccionarios que castigaron nuestro país hasta hacer irreconocible aquel sueño de principios de siglo, de que, aunque a veces nos daban palos y nos metían bala, estábamos destinados a otra cosa.

  Con su capacidad de inspirar y transmitir su entusiasmo a otros, fue vicedecano de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA en su época de máxima gloria (junto al decano y entonces vicepresidente del Conicet, Rolando García); y desde allí, el creador de la primera carrera de computador científico, en una época en que los cálculos que ya no se podían realizar a mano ni en las viejas máquinas electromecánicas se comenzaban a hacer con las primeras computadoras electrónicas. Estas funcionaban a base de decenas de miles de válvulas electrónicas de vidrio que consumían muchos kilowatios-hora, ocupaban habitaciones enteras y podían hacer mucho menos que una computadora portátil actual. La primera, marca Ferranti aunque inglesa, fue traída por Sadosky con fondos del entonces naciente Conicet. La llamábamos Clementina, y si no se la sabía programar en "lenguaje de máquina" sólo entendía un lenguaje más sencillo que el "basic" actual. Clementina sirvió para educar a unos cuantos profesionales en los primeros secretos de la naciente informática. Luego, el creador del primer Instituto de Cálculo del país recibió los palos de la Noche de los Bastones Largos y se fue, como tantos otros, en el heroico operativo destinado a conservar para América Latina las "fuerzas de la ciencia" que habíamos logrado reunir. Cuando se produjo la restauración democrática de 1983, el presidente Raúl Alfonsín, lo llamó a su lado como secretario de Ciencia y Técnica, con la idea de reeditar aquel semimilagro del florecimiento de la ciencia argentina de los sesenta. Como alto funcionario del gobierno, Sadosky solía referirse con una sonrisita a la "sensualidad del poder" que para él representaba el hecho de que un auto con chofer viniese a buscarlos por las mañanas a su casa. Ojalá la "sensualidad del poder" se limitase a eso para todos nuestros funcionarios, tan ávidos de poder por su propia gloria: el "poder sobre" en vez del "poder para". Desde la Secyt fomentó la repatriación (aunque fuese parcial) de científicos exiliados, combatió los mitos seudocientíficos encarnados en la leyenda de la crotoxina, creó la Escuela Superior Latinoamericana de Informática (ESLAI). Esta institución apuntaba a un nivel de excelencia internacional, basado en la dedicación exclusiva de los estudiantes como de los profesores, lograda mediante un sistema de becas integrales, pero que casi no llegó a funcionar porque fue prontamente destruida por sus sucesores menemistas, el neurocirujano y politiquero Matera y el cardiocirujano e ignorante Liotta, siguiendo la amplia tradición de la discontinuidad de los esfuerzos que tanto daño nos hizo: si no lo hice yo, no sirve.

  Claro que Sadosky también fue reivindicado con varios doctorados honoris causa y con la declaración de "ciudadano ilustre" de la Ciudad de Buenos Aires. Hasta hace muy pocos años, él y Katun, su segunda esposa, los miércoles a las seis solían reunir en su departamento de la calle Paraguay de Buenos Aires a un grupito de fieles, para comentar temas de política científica y compartir los resultados de su amplio uso de una fotocopiadora que alguien le había regalado, con la que reproducía artículos que por distintos motivos habían despertado su interés.

  En la era del postmodernismo y el nihilismo de la desesperanza, Sadosky fue uno de los que no perdieron la fe racionalista-iluminista, no sólo en el progreso y la esperanza de un futuro mejor sino en el poder de la educación pública, de la cual él mismo era una excelente muestra (sin significación estadística, tal vez hubiese dicho él) y cuya decadencia no dejaba de lamentar, guardando la fe en su poder y en la posibilidad de su reconstrucción. Luminoso y un poco ingenuo hasta el final. O mucho más allá de la luminosidad de y de ingenuidad.

(*) Doctor en Física - INVAP.


Adiós, Dr. Manuel Sadosky

Por Eduardo Dvorkin (*)

  El 18 de junio del 2005, en los albores del siglo XXI, falleció Don Manuel, un motor fundamental del desarrollo científico argentino, un apasionado de la Educación Pública, un intelectual progresista: un hombre que encarnaba el espíritu del siglo XX, cuando pensábamos que la historia tenía un vector que señalaba en la dirección de la superación del Hombre.

  Manuel era, en nuestro país y en Latinoamérica, una brújula de ese vector y hoy, cuando las certezas nos han abandonado, estamos sin Manuel demasiado solos para intentar soñar el futuro.

Sadosky: el científico

  Manuel Sadosky ha sido un protagonista central en los temas inherentes al desarrollo científico del país. A continuación intentaré un listado, que se incompleto, de los principales aportes del Dr. Manuel Sadosky a la ciencia argentina y latinoamericana:

1. Fue un pionero del cálculo numérico en el país.

2. Introdujo la informática en la Argentina. Siendo Vicedecano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA diseñó y dirigió el primer laboratorio de cálculo numérico del país, el Instituto de Cálculo, que incorporó la primera computadora digital en el país, la mítica Clementina. Este laboratorio, luego desmantelado por la dictadura del ‘66, prestó servicios a cientos de entes estatales y empresas privadas, constituyendo un ejemplo pionero de cooperación Universidad – Industria.

3. Fundó en la FCEN-UBA la carrera de Computador Científico.

4. Bajo su impulso y el del Dr. Rolando García, decano en ese momento de la FCEN-UBA, esta Facultad se convirtió en el modelo del sistema universitario argentino.

5. Organizó en Uruguay el Instituto de Cálculo de la Universidad de la República (Montevideo)

6. Tuvo profunda influencia en el desarrollo del sistema científico de Venezuela.

7. Sus libros, sobre análisis matemático y cálculo numérico, fueron y son utilizados por miles de estudiantes de ciencias e ingeniería y, fotocopias excluidas, llevan editados más de 120.000 ejemplares.

8. Alentó permanentemente a jóvenes estudiantes a desarrollar con seriedad estudios científicos y fundó la Fundación Einstein, cuyo objetivo fue lograr que estudiantes de bajos recursos pudiesen dedicarse full-time a sus tareas universitarias. Muchos destacados científicos argentinos recibieron apoyo de esta institución lo que les factibilizó el desarrollo de sus carreras.

9. Fue de 1983 a 1989 Secretario de Ciencia y Tecnología de la Nación. Desde ese puesto fundó otra institución de excelencia: la Escuela Latinoamericana de Informática, posteriormente desmantelada al igual que el Instituto de Cálculo.

  El Dr. Manuel Sadosky fue Profesor Emérito de la UBA, Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República en Uruguay y Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.

Sadosky: el intelectual progresista

  Manuel, el hijo de un humilde zapatero que llegó a ser un destacado científico, era fundamentalmente un militante que no dudó en romper con la ortodoxia estalinista y proseguir la lucha por un mundo mejor sin el apoyo de aparatos partidarios.

  Su libro sobre Marx fue por años un material de lectura imprescindible para los que aspiraban a ser verdaderamente marxistas y no meros repetidores de manuales de “marxismo-leninismo”.

  De los muchos títulos y distinciones que tenía el que mejor le cuadraba era el de Maestro. Los que tuvimos el honor de poder departir y discutir con él a menudo, sabíamos que Manuel era el imprescindible filtro para probar la validez de nuestras ideas; su crítica era siempre profunda pero nunca hiriente: enseñaba no sermoneaba.

  El introductor de la computación en la Argentina se encrespaba cuando algún ministro modernoso decidía gastar su presupuesto mandando computadoras a las escuelas de frontera: libros, ropa, comida, maestros harán que esos chicos lleguen a ser ciudadanos cabales, nos decía.

  Fue perseguido por todas las dictaduras que asolaron este país: recibió palos en la “noche de los bastones largos”, fue ignorado por los académicos que no desdeñaban la amistad de los dictadores y genocidas y muchas veces se debió exilar. Los tiranos sabían que la firme claridad de Manuel era para ellos peligrosa.

  ¿Cómo despedir a este Maestro, a este patriota, a este intelectual progresista? Me resulta que el único saludo posible es el que nuestra generación tantas veces debió, dolorosamente, usar con nuestros compañeros de militancia:

“Manuel, hasta la victoria, siempre!”

(*) Ingeniero - Club del Progreso.

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