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Martes 13 de septiembre de 2005

Cómo incrementar la producción agrícola y no morir en el intento
El Chaco en foco

El crecimiento de la población requerirá producir un 50% más de alimentos, esto implica una avance de las zonas de cultivos. Esta situación, que ya ocurre en la Región Chaqueña, es analizada por el especialista Jorge Adámoli.

Por Cecilia Draghi (*)


Jorge Adámoli.

  «La población del planeta alcanzará, en diciembre del 2005, los 6.477 millones de habitantes, y se prevé que en el 2050 llegará a 9.077 millones (ONU). De mantenerse las actuales condiciones de inequidad entre países, regiones y sectores sociales, esto implica la necesidad de producir por lo menos 50 % más de alimentos. Cualquier mejora en la equidad, en el nivel de ingresos y en la calidad alimentaria requerirá de porcentajes mayores. De hecho, según las previsiones del Programa «Ecosistemas del Milenio» de Naciones Unidas, se calcula que durante los próximos 50 años, la demanda de alimentos provenientes de los cultivos aumentará entre 70 y 85 %, y la demanda de agua entre 30 y 85 %. Obviamente, este tema ocupa un lugar clave en las agendas para el futuro», señaló el ingeniero agrónomo Jorge Adámoli, durante un encuentro científico realizado en Rosario recientemente.

  Este panorama abre una oportunidad al país para ampliar las exportaciones de los distintos productos agrícola-ganaderos al mundo. A corto plazo ya se aguarda para festejar un aumento de las cosechas, que según las previsiones, alcanzaría los 84 millones de toneladas. «Esta producción equivale a 6,4 kilos de granos por habitante y por día. La Argentina, además, produce excedentes de todo tipo de carnes, verduras y frutas. El sector agrícola argentino no puede restringir su agenda a discutir sólo hasta dónde se puede aumentar la producción. El combate al hambre y a la pobreza también debe figurar en cualquier agenda que proyecte el futuro», advierte.

  Con este cuadro de avance de la agricultura para ganar terrenos cosechables ante una mayor demanda, Adámoli, del departamento de Ecología de nuestra Casa de Estudios, pone el foco en el caso característico de la Región Chaqueña. Allí, año tras año, han aumentado las superficies destinadas a la producción agrícola. Gran parte de este avance se debió al incremento de precipitaciones que hicieron atractivas zonas hasta entonces descartadas por su clima semiárido.

  Pero Adámoli advierte que las actuales condiciones climáticas pueden revertirse y para ello hay que estar preparados. ¿Cómo? «Un modelo productivo debería tener una base mixta, con un componente forestal, otro ganadero y uno agrícola, preferentemente con agricultura de doble propósito», indica. Esto debe realizarse como contrapartida a la idea de apostar a un planteo 100% agrícola en zonas de alto riesgo climático.

Avanzar con precauciones

  Lejos de oponerse al avance, Adámoli sugiere hacerlo pero con ciertas precauciones, para no tener que lamentar mayores pérdidas en el futuro. Una de las características que analiza es la rotación de las tierras, que permite asegurar a largo plazo su productividad. Para ello exhibe datos analizados en su laboratorio que se basaron en un análisis comparativo de las áreas cultivadas en la última década.

  En el caso específico de la provincia del Chaco, este mapeo reveló que de las 946.055 hectáreas sembradas en 1992, se pasó a 1.399.426 en el año 2002. «Esto significa que las áreas cultivadas pasaron del 9,5 % de la superficie provincial en 1992, a 14 % en 2002», precisa.

  Pero detecta que los cultivos, en esa zona, no tienen una rotación adecuada para asegurar el aporte de materia orgánica al terreno y evitar su posterior deterioro. Esto se debe a que predomina la plantación de especies que dejan restos que rápidamente se descomponen, pero escasean aquellas que lo hacen en forma más lenta, lo cual permitiría asegurar la posterior formación del humus. «Sólo 15 % de la superficie está cubierta con gramíneas, muy lejos del porcentaje considerado indispensable para mantener una rotación adecuada», indica, al tiempo que insiste sobre la necesidad de evitar cultivar campos sin rotación, por el «riesgo de pérdida de materia orgánica de los suelos».

  También alerta sobre la posibilidad de equivocarse al pensar en las alternativas para el futuro mercado de bonos de carbono que permite dar valor a campos que actúen como sumideros de CO2, tales como forestaciones o campos agrícolas bien manejados, ya que «no se pueden exhibir los incrementos de materia orgánica de un suelo cultivado si para ello ­antes- se quemó un bosque», indica.

  Pero más allá de que, tranqueras adentro, se lleven a cabo buenas medidas, la solución pasa por «adoptar una política regional que planifique las actividades en conjunto de los diversos actores sociales y el Estado para programar un futuro realmente sustentable».

  Se trata, por cierto, de un verdadero desafío, que puede convertir a una región que hoy es problemática, en un modelo que debe ser seguido.

Proyecciones

«Con justificado entusiasmo se festejan las previsiones para la gran cosecha de 84 millones de toneladas. Utilizando el mismo criterio que se aplica para calcular el Producto interno/habitante esta cosecha representará 2,33 toneladas por habitante, lo que equivale a 6,4 kilos de granos por habitante y por día», precisa Adámoli.


Bonos verdes

  El pasado jueves 1ro. de septiembre, Argentina se transformó en el primero de los países en desarrollo en crear un fondo de carbono, un mecanismo que permitirá financiar actividades destinadas a mejorar el medio ambiente.

  «Exigimos, como ellos reclaman con altisonancia que los deudores paguen sus deudas financieras, se dispongan a escuchar nuestro firme reclamo para que salden su deuda ambiental con el resto del mundo», disparó el Presidente Néstor Kirchner durante la presentación del Fondo Argentino del Carbono (FAC).

  El FAC se inscribe en el marco del Protocolo de Kyoto, que obliga a los países industrializados a bajar sus emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, el Protocolo permite que las naciones desarrolladas reduzcan el daño que provocan a la atmósfera mediante un programa de financiamiento de proyectos de reducción de emisiones o de secuestro de carbono implementado en países en desarrollo. Con esas inversiones, los sectores industrializados y contaminantes podrán adquirir «bonos verdes» o «bonos de carbono» con los cuales cumplir con las metas que les exige el Protocolo.

  «Es un paso muy importante porque se trata de una medida concreta que facilitará el ingreso de inversiones en tecnologías de punta, más limpias, que ayudarán a mitigar los problemas ambientales «, señaló Vicente Barros, investigador del Departamento de Ciencias de la Atmósfera de nuestra Facultad.

  A través de la Secretaría de Medio Ambiente (SMA) de la Nación se concentrarán los proyectos que, una vez analizados, serán girados para su aprobación definitiva a la Junta Ejecutiva de Mecanismos de Desarrollo Limpio de la ONU, con sede en Bonn. El proyecto recibirá, por cada tonelada de carbono reducida, un bono por año durante un lapso de hasta una década. La rentabilidad del proyecto dependerá del volumen de ahorro y su perdurabilidad.

  Hasta el momento, la SMA cuenta con 75 proyectos de los cuales aprobó cuatro: la ampliación del campo eólico de Comodoro Rivadavia; un cambio en la producción de aluminio de la empresa Aluar, en Puerto Madryn; y dos rellenos sanitarios, ubicados en la Provincia de Buenos Aires, que captarán metano.

  Para que los forestadores de la Patagonia puedan participar en el mercado de los «bonos verdes» el INTA Bariloche cuantificó la capacidad de captura de carbono de las plantaciones de pino, de los bosques nativos de ciprés en la cordillera y de los pastizales naturales de la región, estimando que una hectárea de pino ponderosa almacena entre 4 y 5 toneladas de carbono por año.

  Según las previsiones de la SMA, nuestro país recibiría 250 millones de dólares al año en concepto de bonos verdes aplicados a la generación, transporte y distribución de energía, desarrollo de proyectos industriales no contaminantes, forestación, reforestación y turismo.

Carlos Borches

(*) Centro de Divulgación Científica - SEGBE - FCEyN.

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