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Lunes 7 de marzo de 2005

El país tras el protocolo de Kioto según Osvaldo Canziani
“La Argentina no está preparada
para lo que está por venir”

Para el especialista, doctor en Meteorología e investigador del Conicet, el Protocolo “es un paso adelante pero no resuelve el problema”. Para la Argentina pronostica un futuro con más inundaciones en la pampa húmeda y advierte que “falta una intensa política ambiental”.

Por Federico Kukso (*)

  Hace más de cien mil años, los países no existían. No había protocolos, ni fábricas ni autos. De hecho, se cree que faltaban aún otras decenas de miles de años para que la especie humana (Homo sapiens sapiens) asomara en el horizonte. Pero así y todo, sin Bush, sin Kioto, ahí estaba el clima, cambiando natural y repetidamente –desde la formación de la Tierra hace 4600 millones de años–, a veces a los tumbos (pasando de glaciaciones intensas a períodos tropicales sin casquetes polares) y a veces apaciguadamente.

  Pero hace doscientos años algo pasó: revolución industrial mediante, el ser humano comenzó a meter mano en el complejo y mecánico motor climatológico, acelerando lo que hasta ahora era un proceso cíclico pero laxo (se estima que la temperatura mundial media ha variado normalmente 5ºC en intervalos de millones de años; y 5ºC es lo que aumentó la temperatura tan sólo en el siglo XX).

  Un acuerdo internacional –el Protocolo de Kioto que comenzó a regir hace once días– pretende ahora dar vuelta la historia. Sin embargo, ya hay científicos que advierten sobre los peligros de la burbuja del exitismo.

  Uno de ellos es el físico y doctor en Meteorología Osvaldo Canziani, investigador principal del Conicet y copresidente del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, un grupo de expertos que desde 1988 asesora a la ONU. “El Protocolo de Kioto es un paso hacia adelante, pero no resuelve para nada toda la problemática”, dice Canziani, quien además avizora para la Argentina un futuro caluroso y pegadizo, plagado de lluvias dispuestas a dar sorpresas.

– ¿Cuáles son los pros y los contras del Protocolo que acaba de entrar en vigor?

– Lo bueno, al menos, es que por lo menos aquellos países que lo ratificaron y asumieron las responsabilidades de ser las naciones que más contaminan en el planeta van a tener que cumplir. Temen no llegar a reducir las emisiones pautadas de gases de efecto invernadero para 2012, debido a los costos millonarios que eso significa (el Protocolo exige que para el período 2008-2012 las concentraciones se reduzcan a 5,2 por ciento respecto de lo producido en 1990). Sin embargo, yo creo que lo importante no es tanto el Protocolo de Kioto sino lo firmado en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, ratificada hace 10 años. Allí por primera vez se estableció que las emisiones de gases debían ser estabilizadas a un nivel que impida la interferencia peligrosa con el sistema climático para no conducir a la destrucción del sistema ecológico natural. Allí se definió que todos los países son responsables, aunque hay algunos más responsables que otros: el planeta tiene 217 estados de los cuales 140 firmaron el Protocolo de Kioto, y 36 países van a tener que resolver el problema. Lo injusto es que hay naciones como Brasil, China, India, México y Corea del Sur que están emitiendo violentamente gases a la atmósfera y el Protocolo no les exige nada.

– ¿Y cómo se soluciona eso?

– Lo que se viene planteando desde la COP IX (Conferencia de las Partes) de 2003, en Milán, es la necesidad futura de un nuevo protocolo que los incluya. Mientras tanto, ya empieza a asomar –y lo hizo hace dos meses en la COP X en Buenos Aires– la pregunta sobre qué va a pasar después del año 2012. Para algunos debe seguir este protocolo (el de Kioto), para otros no. Ocurre que las pautas establecidas en él ya están desactualizadas. Por ejemplo, entre 1990 y 2005 las emisiones mundiales aumentaron en un 15 por ciento. No hay que olvidar tampoco que el período de vida media de los gases en la atmósfera excede los cien años (algunos hidrocarburos duran hasta 500 años). Lo que hace que el calentamiento global siga por más que se corten todas las emisiones hoy.

– Por lo tanto, los efectos del Protocolo se sentirían...

– ...recién en el año 2030, a lo sumo. Mientras tanto habrá que adaptarse, si no la hacemos, pereceremos.

– Un pensamiento bien darwinista.

– Y, sí. Hay países como los de las islas del Pacífico Sur que se van a inundar. No hay escapatoria. Los trabajos científicos indican que también eso va a pasar en la península de Florida, en Estados Unidos; el delta del Ganges en la India cerca de Bangladesh, igual.

– Y la Argentina, ¿qué?

– El panorama que se abre no es nada lindo: aumentará la temperatura entre un 1,4 y un 5,8 grados centígrados y acá, en el Río de la Plata, también va a haber problemas con el agua. Las inundaciones en la pampa en general van a aumentar porque al crecer el nivel del mar se va a formar algo así como un “tapón hídrico” que no va a permitir que el agua se vaya al mar. Y hay más: en un trabajo que hice hace unos años investigué las características de las lluvias sobre la pampa húmeda en la zona de la cuenca del río Salado, abarcando un período de casi cien años. Y advertimos que nunca se había dado un caso de una tormenta intensa y una sudestada al mismo tiempo; hasta el año pasado. Los glaciares de la Patagonia, en cambio, se van a mantener hasta el siglo XXII.

– En esto, entonces, no se puede no ser apocalíptico...

– Lamentablemente. Es un proceso donde está todo interrelacionado. El calentamiento global modifica las condiciones de evaporación de los océanos, lo que hace que haya más agua disponible en la atmósfera. De modo tal que los períodos de lluvia (y su contrario, de sequía) son más intensos. Hasta 1975 había una tormenta de 100 milímetros cada tres años, ahora hay 2 y media por año. Y cuando cae en un lado, no cae en el otro. Además, algunas costas de Buenos Aires o de Uruguay van a tener un aumento de agua salada por invasión del mar en el Río de la Plata. La Argentina no está preparada para lo que está por venir.

– Parece que el agua va a ser protagonista omnipresente de acá en más.

– Y, sí. Es más: el agua potable va a costar más que el petróleo. Es un problema crítico. Va a haber regiones del mundo que van a tener mucha y otras donde no va a haber nada. El planeta como lo conocemos va a comenzar a cambiar: en el siglo XXI, habrá más bosques en Siberia y en Canadá; la selva tropical del Amazonas se volverá más seca; aumentarán los incendios, y los glaciares andinos acelerarán su deshielo. Va a haber más agua, por lo menos por 150 años, en la Patagonia. Se demostró con modelos matemáticos que la producción de trigo, girasol, cebada y maíz va a decrecer abruptamente en la pampa húmeda. Entonces, ¿por qué no cambiar de lugar los cultivos a zonas más frías? Es lo que hicieron los viñedos de Francia, que ya se corrieron al sur de Inglaterra. Ahora los ingleses toman vino, no whisky. Todo se va moviendo hacia zonas climáticamente más aptas. Desde el punto de vista argentino, lo que hay que hacer es acomodar todo hacia aquellas zonas donde haya agua. Pero como viene la mano, parece que eso no va a suceder.

– ¿Por qué?

– Porque, como pasa siempre en la Argentina, acá no hay planes, como en el resto de los países en vías de desarrollo. Por eso es obvio: los países que más van a sufrir el cambio climático son los subdesarrollados, porque no sólo no tienen planes sino que siguen aumentando la población del mundo (uno de los factores que concurren hacia el desastre ambiental).

– ¿Y qué habría que hacer?

– Primero, comenzar ya un relevamiento territorial del país en cuanto al potencial de agua dulce en todo el territorio. Hay áreas que ya son críticas como la zona de Cuyo. Curiosamente, la palabra Cuyo en lengua aborigen (Cuyun) quiere decir “desierto del infierno”. O sea, los indios no eran ningunos tontos. Pasa que ahora hay agua en función del derretimiento de los glaciares. Pero los glaciares se van a derretir (como está pasando en Perú, donde ya no tienen agua) y entonces no va a haber renovación.

– La cuestión parece ser que hasta que la gente no lo vive en carne propia, el problema no existe, ¿no?

– Claro, eso indica la falta de una cultura ambiental del país. Nosotros no tenemos políticas realmente intensas sobre ecología. La gente no se da cuenta de que hay maneras fáciles de colaborar: no desperdiciar el agua (en Mendoza, donde la entrada de agua es muy reducida, la gente riega jardines, lava autos); y no usar electricidad sin tener necesidad. Es un problema de conciencia nacional. Además, en nuestro país no hay sistemas de observación, no hay monitoreos, tanto que el desastre de la inundación de Santa Fe (abril 2003) se debió a una falla de monitoreo.

– ¿Dice usted que la inundación de Santa Fe puede volver a ocurrir?

– Claro que sí. Inclusive sobre Buenos Aires. Hay varias deudas pendientes respecto del ambiente. El error fundamental está en dejar que las cosas pasen sin tomar medidas. Es hora de empezar a cambiar.

(*) Página/12.

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