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Miércoles 5 de octubre de 2005

El ojo del huracán

La popularidad del presidente norteamericano, George Bush, decayó vertiginosamente. Lo que no pudo la guerra invasora con su tendal de muertos, lo pudo el poder igualador de la naturaleza. Es que las muertes en territorio propio parecen sentirse más que las que ocurren en lugares ignotos.

Por Patricia Olivella.


Inés Camilloni.

  «Castigo divino», braman contentos quienes olvidan que demasiados inocentes fueron castigados. «Venganza de la naturaleza», dicen esperanzados quienes desearían que la Tierra pudiera defenderse. Sin embargo, según explican los especialistas, nada tan humano como la acción del hombre sería la responsable del desastre provocado por el huracán Katrina en el sur de los Estado Unidos.

  «La violencia de Katrina, que asoló Nueva Orleáns, y de Rita, que amenazó a Texas, obedece con gran probabilidad al cambio climático», dijo el profesor John Lawton, presidente de la Comisión Real Británica para la Contaminación Ambiental. La Tierra se está calentando cada vez más y los huracanes ganan en intensidad debido a la elevación de las temperaturas del mar, tal como lo habían predicho los modelos climáticos, explica Lawton.

  El presidente del Centro Argentino de Meteorólogos, el licenciado en Ciencias de la Atmósfera, Juan Manuel Horler, agrega: «Puede ser que los huracanes hoy sean más violentos. Pero lo principal es la frecuencia con que se están dando. Y esto tiene relación directa con el calentamiento global».

  La Dra. Inés Camilloni, docente del Departamento de Ciencias de la Atmósfera de la FCEyN explica: «Los cambios en la composición de la atmósfera producen un aumento en la temperatura promedio del aire y también del mar. Para que se desarrollen eventos severos como un huracán se requiere que la temperatura del agua esté por encima de un umbral de 27°C. Frente a una situación, en la que la temperatura de los océanos está en aumento, la probabilidad de alcanzar ese umbral es mayor. Por lo tanto es de esperar que haya condiciones más favorables para que se desarrollen tormentas severas, porque las temperaturas de los océanos están aumentando».

  «Como la masa oceánica tiene mayor temperatura, aumenta la evaporación –explicó a su vez Horler–. Y esa energía que se inyecta a la atmósfera hace todo más violento y más caótico. En este contexto, el calentamiento global va a provocar que la situación sea cada vez peor, algo que de hecho ya se está empezando a dar», indicó Horler.

  En el mismo camino, la revista Science publicó el resultado de una investigación del Instituto Tecnológico de Georgia y el Centro Nacional de Investigación Atmosférica Norteamericano, en la que confirman que en los últimos 35 años se duplicó la cantidad de huracanes violentos, de categorías 4 y 5. «Hay en el mundo un promedio anual de 18 huracanes de máxima categoría -con vientos de más de 200 kilómetros por hora-. Es el doble de lo que teníamos», explica Peter Webster, uno de los científicos encargados del estudio.

  Y es que los modelos de cambio climático prevén un aumento en la frecuencia de eventos extremos. Mayor frecuencia de olas de calor, mayor frecuencia de olas de frío, más tormentas, más sequías. «Se marca mucho la variabilidad climática», comenta la Dra. Camilloni. «Se pasa en poco tiempo de períodos de sequías muy intensos a períodos de inundaciones. Nos estamos alejando cada vez más de lo que serían las condiciones medias», concluye.

¿Y por casa...?

  El hemisferio sur no es zona de huracanes porque la temperatura de los océanos no alcanza los valores necesarios. Pero el huracán Katrina sirve como un alerta para darse cuenta de que en Argentina hay zonas que también son vulnerables a fenómenos extremos. «Nosotros no vamos a tener un evento de la intensidad de un huracán -tranquiliza la Dra. Camilloni-, lo que sí vemos es que hay una mayor frecuencia de eventos severos o de tormentas en las que se produce mucha precipitación, y esto también está de acuerdo con lo que muestran los modelos globales que simulan el clima».

  Como reciente ejemplo de lo dicho, el temporal que azotó la costa uruguaya es un cercano reflejo de las consecuencias del cambio climático en la región. «Lo que pasó en la costa uruguaya -explica la Dra. Camilloni- fue un sistema de baja presión con vientos muy intensos que empezó como una sudestada sobre Buenos Aires y se convirtió en vientos del sudoeste muy intensos sobre la costa de Uruguay. Este tipo de fenómenos se están observando con mayor frecuencia: sudestadas en el estuario del Río de la Plata, lluvias intensas (en las que se acumulan más de 100mm en menos de 48 horas) en una franja del noreste argentino, inundaciones, vientos fuertes. Por eso, si bien nosotros no estamos en una zona de huracanes, sí estamos en una zona que es vulnerable a tormentas fuertes y que están mostrando un aumento en su frecuencia. Afortunadamente la Secretaría de Medio Ambiente está trabajando bastante en temas de cambio Climático», concluye la investigadora.

La mano del hombre

  Los científicos ya no dudan de que semejantes desastres «naturales» son en realidad efecto directo de la actividad humana.

  «La causa del cambio climático estaría asociada a los cambios en la composición de los gases de la atmósfera, porque se agregan gases que potencian su efecto invernadero natural», observa la Dra. Camilloni. «Por otro lado se observan cambios en el clima. Lo más difícil es establecer esta relación: que los cambios en la atmósfera son los que producen los cambios en el clima», concluye. «Recién en el año 2001 se llegó a un consenso científico que indica que la potenciación del efecto invernadero por actividades antropogénicas es la responsable de los cambios observados en el clima».

  Los modelos matemáticos que simulan el clima son conjuntos de ecuaciones que se ingresan en computadoras muy poderosas. A través de ellos, los científicos observan la forma en la que cambia el clima. «En la simulación del clima mediante modelos -explica la Dra. Camilloni- se pueden incluir las acciones humanas (es decir se puede cambiar la composición de la atmósfera por la incorporación de gases de efecto invernadero) o no hacerlo. Y la realidad es que el clima actual -entendiendo como clima actual al aumento de temperatura que se está observando, a los cambios de precipitación- sólo puede ser representado si se incorporan en el modelo todos los gases que el hombre está emitiendo a la atmósfera. Si uno no incorpora esa variación en la composición de la atmósfera, lo que estamos observando no aparece al correr el modelo. Creo que esa es la evidencia más concluyente de esta relación causa-efecto».

  Pero la realidad es que estos resultados son relativamente nuevos y eso podría explicar por qué todavía hay algunas personas que son escépticas. «Hay gente que argumenta que, como los modelos no representan el clima en forma absolutamente precisa, los resultados no son del todo confiables», admite Camilloni. «Yo, la verdad es que creo que sí, que las acciones humanas tienen gran parte de la responsabilidad de lo que está pasando».

  Menos diplomático, su colega John Lawton, abandonando la flema británica, criticó a los «neoconservadores norteamericanos» «que se empeñan en negar la realidad del cambio climático como consecuencia de las emisiones de CO2 y otros gases causados por la acción humana».

  «Si los huracanes hacen que esos individualistas del clima que hay en los Estados Unidos se percaten finalmente del problema que se nos plantea, habremos ganado algo de tan horrible situación», afirmó el científico inglés. Lawton denunció además que «hay un grupo de personas en varias partes del mundo que sencillamente no quieren aceptar que las actividades humanas pueden cambiar y están cambiando el clima. Yo los comparo con los que se empeñaban en negar que el tabaco es causa de cáncer», agregó.

Una lenta marcha atrás

  «Si a partir de hoy se pusieran en marcha medidas contra el efecto invernadero, estos huracanes continuarían sucediéndose durante seis o siete años más», aseguró el meteorólogo Juan Manuel Horler.

  «El clima de los próximos 20 ó 30 años, ya está determinado», confirma Camilloni. «Porque los gases que se emitieron a la atmósfera tienen un tiempo de permanencia lo suficientemente largo como para que su efecto permanezca independientemente de que nosotros ahora dejemos de emitirlos. Recién después de 2030, y sólo si se toman medidas ahora, uno podría pensar que se va a poder revertir el cambio climático».

  Por eso, en el año 1997 varios gobiernos acordaron el Protocolo de Kioto dentro del Convenio Marco sobre Cambio Climático de la ONU. El objetivo del Protocolo es llevar las emisiones de gases de invernadero un 5,2% por debajo de los niveles existentes en 1990. Para ello impone que los países industrializados reduzcan las emisiones de los gases de invernadero de origen humano: dióxido de carbono (CO2), metano (CH4), óxido nitroso (N2O), hidrofluorocarbonos (HFC), perfluoro-carbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6).

  El acuerdo fue ratificado el 16 de febrero de 2005 por 129 países, pero entre todos ellos producen apenas el 61,6 % de las emisiones de gases de invernadero totales. Precisamente, el gobierno de los Estados Unidos, que hoy enfrenta la emergencia por los daños del Katrina, fue uno de los que se negó a adherir al Protocolo. Constituyendo apenas el 5% de la población mundial, los Estados Unidos emiten el 25% del total de gases nocivos. En su momento, el argumento que planteó George Bush fue que seguir esos lineamientos perjudicaría el crecimiento económico de su país.

La tormenta perfecta

  Los huracanes son fenómenos meteorológicos tropicales, que se desplazan sobre la superficie terrestre con vientos en forma de espiral. Para que un ciclón tropical se considere un huracán, sus vientos deben superar los 110 km/h. Funcionan como una máquina sencilla de vapor, con aire caliente y húmedo proveyendo su combustible y con un centro más cálido que el aire que lo rodea.

  Cuando las aguas de los océanos aumentan su temperatura, el vapor originado por la evaporación del mar comienza a expandirse y a ascender rápidamente. Al llegar a las zonas altas de la atmósfera, donde la temperatura ya no es tan elevada, este vapor vuelve a condensarse liberándose gran cantidad de energía, originando enormes nubes que llegan a alcanzar los 15.000 metros de altura y abundante lluvia.

  En la zona inferior de los huracanes (hasta los 3.000 metros) el aire es succionado hacia el centro de éste. En los niveles medios hay circulación ciclónica de aire ascendiente (gira alrededor del centro). Y en la parte superior del huracán, sobre los 6.000 metros, el aire se mueve hacia afuera.

  Tanto el tamaño como la velocidad de desplazamiento de un huracán pueden variar considerablemente, pero un huracán mide normalmente entre 8 y 10 km de alto y de 100 a 500 km de ancho. Los huracanes más gigantescos se forman en el Océano Pacífico y pueden medir hasta 1700 km de diámetro. La velocidad de desplazamiento de un huracán es de aproximadamente 20 km/h. En un año normal se originan en el mundo alrededor de 60 huracanes, y son mucho más frecuentes en el noroeste del Pacífico (Filipinas y Japón).

  Para que se forme un huracán, las temperaturas del mar deben superar los 26°C. Por eso, por lo general acontecen en la época más calurosa del año y en las áreas oceánicas tropicales.

  El ojo es un área de relativa calma en el centro de un huracán. Se extiende desde el nivel del mar hasta la parte superior y está rodeado por una pared de nubes espesas, cargadas de lluvia. En el interior del ojo, sin embargo, debido a la alta temperatura y la presencia de viento caliente, el agua evaporada es arrastrada rápidamente hacia arriba, originándose un aire seco, incapaz de condensarse, y por ende sin nubes. El ojo de un huracán mide generalmente entre 25 y 35 km de diámetro, aunque puede variar mucho. El ojo de los huracanes del Pacífico, donde los ciclones tienen más agua que recorrer antes de tocar tierra, tiende a ser de los más grandes del mundo, con un diámetro aproximado de 80 km.

  La pared del ojo es una zona donde se encuentran dos fuerzas opuestas: la fuerza del aire que se mueve hacia el centro y la fuerza centrífuga. Allí se encuentran los vientos más intensos y se originarían los tornados.


El huracán tienen nombre de mujer

  Los primeros navegantes asociaban los acontecimientos importantes al santoral de la Iglesia Católica para esa fecha, por lo que los huracanes recibían el nombre del santo correspondiente al día en que acontecían.

  Los primeros registros de utilización de nombres femeninos para los huracanes provienen del meteorólogo australiano Clement Wragge, a comienzos del siglo XIX. En 1941 se publicó el libro Storm, donde también se usaban nombres femeninos. En 1951, se retomó esta costumbre, y se los ordenó por orden alfabético. Oficialmente, el Servicio Nacional de Meteorología de los Estados Unidos comenzó a usar estos nombres en el año 1953. En 1978 le agregaron nombres masculinos alternados con los femeninos para denominar a los huracanes del Pacífico. Al año siguiente esta costumbre fue también adoptada por el resto de los países.

  En la actualidad existen seis listas de nombres manejadas por la Organización Mundial de Meteorología. Cada lista se usa un año, de modo que al séptimo comienzan a repetirse, pero se excluye el nombre del huracán que causó muertes o daños importantes, remplazándolo por otro que comience con la misma letra. Así se han retirado Andrews, Hugo, Opal, Roxanne, y seguramente se retirará Katrina.

  La lista del año 2005 incluye los nombres: Arlene, Bret, Cindy, Dennis, Emily, Franklin, Gert, Harvey, Irene, Jose, Katrina, Lee, Maria, Nate, Ophelia, Philippe, Rita, Stan, Tammy, Vince, Wilma.

  Para el 2006 se esperan: Alberto, Beryl, Chris, Debby, Ernesto, Florence, Gordon, Helene, Isaac, Joyce, Kirk, Leslie, Michael, Nadine, Oscar, Patty, Rafael, Sandy, Tony, Valerie, William.

  Los del 2007 se llamarán: Andrea, Barry, Chantal, Dean, Erin, Felix, Gabrielle, Humberto, Ingrid, Jerry, Karen, Lorenzo, Melissa, Noel, Olga, Pablo, Rebekah, Sebastien, Tanya, Van, Wendy.

Fuente: http://www.angelfire.com/nt/huracanesNombres/


Katrina, la terrible

  El huracán Katrina fue un gran ciclón tropical. Se formó sobre Bahamas el 24 de agosto y tocó tierra por primera vez al norte de Miami. En ese momento era un huracán de categoría 1. Aun así causó graves inundaciones, dejó a más de un millón de personas sin electricidad, y provocó once muertes. Durante este primer recorrido se debilitó y se convirtió en tormenta tropical. Sin embargo, volvió a ganar fuerzas más rápidamente de lo previsto en las aguas cálidas del golfo de México, donde se convirtió en un huracán de categoría 5 y alcanzó una presión central de 902 mb. Con estas características, Katrina se convirtió en la cuarta tormenta más intensa de la cuenca del Atlántico. El sistema giró hacia el norte y se debilitó levemente justo antes de tocar tierra nuevamente, el 29 de agosto, cerca de Luisiana, como un huracán de categoría 4 con vientos de 241 km/h.

  Horas antes de la llegada del huracán, se ordenó la evacuación completa de Nueva Orleáns. Ya fue tarde. El mismo 29 septiembre, el 85% de la ciudad estaba bajo el agua, la que en algunas zonas llegó a 7 metros de altura.

  En la mañana del 30 de agosto, Katrina fue re-clasificado como depresión tropical (categoría 3), después de haber devastado los estados de Luisiana y Mississippi. Para el 31 de agosto ya se había desplazado y estaba en la zona de los Grandes Lagos, fronteriza con Canadá.


Crónica de una inundación anunciada

  Katrina fue un huracán extremadamente violento. Aún así, la gran devastación producida en Nueva Orleáns también tuvo causas vinculadas a las características geológicas de esas costas y al accionar del hombre sobre ellas. Pasado el primer impacto de la tragedia, comenzaron a escucharse voces que recordaron que lo extremado de los efectos se debió a la destrucción de los humedales costeros y al modelo descontrolado de desarrollo.

  La extracción de petróleo ha provocado el hundimiento vertical de la cuenca sedimen-taria por el peso de los sedimentos que se van depositando en ella. Por otra parte, la canalización del Mississippi, promovida por intereses comerciales e industriales, ha producido una menor deposición de sedimentos en el delta, que es -además- el más industrializado del mundo. La resultante salinización del ecosistema ha matado a la vegetación.

  Por todo esto, lo que ha sucedido ahora en Nueva Orleáns fue un «desastre anunciado», anticipado con notable precisión en un artículo de la revista Scientific American publicado en octubre de 2001 y cuyo título era Ahogando a Nueva Orleáns.

  «Un huracán importante podría hundir Nueva Orleáns bajo 6 metros de agua, matando a millares», profetizaba el artículo. «Las actividad humana a lo largo del río Mississippi ha aumentado terriblemente el riesgo, y ahora solamente el rediseño masivo del sudeste de Luisiana podría salvar la ciudad», explicaba allí Walter Maestri, director local de la gerencia de emergencias.

  «Nueva Orleáns es un desastre anunciado», continúa el artículo. «La ciudad está debajo de nivel del mar, en un tazón confinado por los diques que la separan del lago Pontchartrain al norte y del río Mississippi al sur y al oeste. Debido a una confluencia de desgraciados factores, la ciudad se está hundiendo todavía más. El delta del bajo Mississippi, que protegía la ciudad, está desapareciendo rápidamente. En un año una superficie de pantano equivalente al tamaño de Manhattan habrá desaparecido. Desaparcen aproximadamente 4.000 m2 cada 24 minutos» advertía la nota.

  «Cada metro de terreno perdido abre a las tormentas el camino para ingresar sobre el delta y verter el agua en el `tazón´, atrapando a millones de personas. La evacuación sería imposible porque el agua cortaría las pocas rutas de escape. Los científicos de la Universidad del Estado de Luisiana, que han realizado centenares de modelos posibles de tormentas, predicen que más de 100.000 personas podrían morir», profetizaba Scientific American.

  Jorge Codignotto -doctor en Geología y titular de las cátedras de Geomorfología y Geología Marina de la FCEyN- coincide en este punto. «Hay que aclarar que lo que pasó en Nueva Orleáns es una situación que pudo haberse prevenido, al menos en la magnitud de los daños materiales, con un mejor mantenimiento de las costas, ya que Nueva Orleáns está por debajo del nivel del mar. Las costas holandesas están mucho más abajo y nunca les pasó nada».


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