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23 de abril de 2002

Amonites: Una guía para viajar al pasado
Por Susana Gallardo, CyT - FCEyN

  Hace alrededor de 150 millones de años, parte de la actual provincia de Neuquén y la zona sur de Mendoza se hallaban bajo las aguas del océano Pacífico. En la tierra reinaban los dinosaurios, y en el mar, unos moluscos con un caparazón en forma de espiral, los amonites, que se extinguieron junto con los dinosaurios en la catástrofe acontecida unos 65 millones de años atrás.

Los amonites tal vez no merezcan que Hollywood se ocupe de ellos, no son tan imponentes ni inspiran miedo como los dinosaurios. Sin embargo, son de gran utilidad para los paleontólogos pues permiten ponerle una fecha relativa a las rocas, lo cual no es poco si se piensa que algunas actividades económicas que mueven mucho dinero, como la extracción de petróleo, requieren un conocimiento preciso de la edad de las capas rocosas que componen el sustrato.

  ¿Por qué los amonites son tan útiles? "Un buen fósil guía tiene que cumplir varios requisitos: poseer una amplia distribución geográfica, una evolución clara y un rango de vida muy pequeño. Los amonites cumplen todos esos requisitos", señala la doctora Beatriz Aguirre-Urreta, profesora en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.

  El estudio de los amonites forma parte de la disciplina denominada bioestratigrafía, que es el ordenamiento sistemático de los cuerpos de rocas en unidades por rasgos particulares, como la presencia de determinados fósiles, de modo de poder establecer sus relaciones espaciales y temporales.

  Los fósiles no son la única herramienta que permite ponerle la fecha a una roca, pero es la más económica, según indica Aguirre-Urreta. Otros métodos, como la medición de la presencia de determinados isótopos, resultan muy costosos para una economía en crisis como la argentina.

  El hecho de que los amonites estén en todas aquellas regiones que hace más de 100 millones de años -era Mesozoica, período Cretácico- se hallaban cubiertas por el mar, permite establecer correlaciones entre áreas de la tierra que en el pasado lejano tenían alguna vinculación. Hay amonites, por ejemplo, en el sur de Francia y España, y los investigadores saben que el mar de Tethys (actual Mediterráneo), se conectaba con el Pacífico a la altura del actual Golfo de México. De hecho, América del Norte estaba separada de América del Sur, y el Atlántico no existía. La llegada de los primeros amonites a Angola desde el norte indican en qué momento hubo un océano permanente separando América del Sur de África.

Un dios egipcio

  El nombre amonite proviene del dios egipcio Amón, que era representado con una cabeza de carnero. Los cuernos de este animal tienen similitud con la conchilla espiralada del molusco en cuestión. De hecho, en el sur argentino, los habitantes los denominan "cuerno de carnero".

  Los amonites comprenden una gran cantidad de especies, de tamaños muy variados, que van desde los dos o tres centímetros de diámetro hasta los ejemplares que alcanzan los dos metros. Pueden ser hallados a simple vista al pie de la cordillera de los Andes, aflorando en las rocas.

  La doctora Aguirre-Urreta explica que para que un fósil se preserve debe producirse rápidamente un sepultamiento del organismo. De otro modo, los agentes químicos, físicos y biológicos lo destruyen. Pero, para que los paleontólogos lo descubran, tiene que exhumarse. Todo el material con que trabajan los paleontólogos ha aflorado por procesos geológicos posteriores.

  La investigadora dirige un equipo de investigadores que trabajan en lo que se denomina "cuenca neuquina", que abarca el área que se halla al pie de la cordillera de los Andres, abarcando la provincia de Neuquén y el sur de Mendoza. En particular, indagan en los fósiles que se hallan entre las ciudades de Zapala y Chos-Malal. El equipo, conformado por los doctores Andrea Concheyro y Eduardo Ottone y varios tesistas, tiene el propósito de contar con un esquema detallado de las edades de las rocas, lo cual permitirá alcanzar un conocimiento profundo de lo acontecido en el lugar en aquellos años lejanos.

Para conocer el clima

  Los amonites, junto con la información que aporta el estudio de otros organismos fósiles y de ciertos componentes de las rocas, pueden dar un panorama del clima del mesozoico y, de este modo, contribuir al conocimiento del cambio climático. En particular, las arcillas que, en ciertas proporciones, se hallan presentes en las rocas que contienen a los amonites, brindan información sobre el ambiente en el pasado. La ausencia o la presencia de determinadas arcillas o sus proporciones relativas en las rocas permiten conocer si el paleoclima era húmedo o seco, por ejemplo.

  "Los resultados que tenemos son muy preliminares, pero las arcillas nos indican que había una gran estacionalidad, es decir, grandes cambios en las estaciones", explica Aguirre-Urreta.

  La presencia de otros moluscos con caparazones muy gruesos indican buena disponibilidad de carbonato de calcio, de lo que se infiere que la temperatura del mar era alta. Pero, los cambios que se iban produciendo en los continentes, fueron transformando los sistemas de vientos y de temperatura.

  Otros elementos que se estudian son los microfósiles, constituidos por granos de polen, esporas y nanoplancton calcáreo. De la combinación de los datos que aportan los investigadores que estudian estos distintos elementos está surgiendo un panorama completo del clima y las condiciones ambientales que reinaban en la cuenca neuquina en el período Cretácico de la era mesozoica.


  Un pariente lejano

  El organismo que vivió dentro de ese caparazón tiene un pariente lejano, el Nautilus, que vive en la actualidad en un área entre los océanos Pacífico e Indico. El nautilus, considerado un "fósil viviente", por alguna razón todavía desconocida, sobrevivió a la extinción masiva que terminó con los dinosaurios y los amonites. En realidad hay una gran discusión acerca de la extinción de los amonites: no se sabe si se extinguieron en forma instantánea o ya venían en proceso de declinación.

  "Se supone que estaban en franca declinación, y el impacto fue el golpe de gracia", señala Aguirre-Urreta, y agrega: "Pero hasta que no surja otra técnica que nos permita datar las secuencias con mayor fineza, esa duda nos va acompañar por un buen tiempo".
 



Nueva carrera de Paleontología en Exactas

  Paleontología es la nueva carrera que, a partir de este año, comienza a dictarse en la FCEyN. Es una licenciatura interdisciplinaria y multidepartamental, pues está organizada por los Departamentos de Ciencias Geológicas y Ciencias Biológicas de la Facultad. Hasta ahora la paleontología era una orientación dentro de las carreras de biología y geología, que se completaba mediante cursos optativos. Pero la creación de la nueva carrera llena una brecha entre ambas disciplinas.

  La biología y la geología son dos componentes fundamentales de la paleontología. Los fósiles, que son restos de antiguos organismos, pueden ser descriptos y explicados en detalle por la biología. Por su parte, la geología contribuye a comprender el ambiente en que esos seres vivieron y se fosilizaron.

  La nueva licenciatura, si bien es altamente vocacional, cuenta con algunas alternativas de salida laboral en la industria, además de la actividad académica. Por ejemplo, algunas de sus ramas, la palinología y la micropaleontología, constituyen herramientas de uso diario en la industria del petróleo.

  Los microfósiles son organismos microscópicos, con formas variables, que gracias a su abundancia y rápida evolución permiten hacer muy buenas dataciones de las rocas que los hospedan. De este modo, es posible identificar rocas que contengan minerales de interés económico como el fosfato, el carbón de piedra y el petróleo.

  Dado que actualmente se está tomando conciencia de que los fósiles son patrimonio nacional, y que hay que cuidarlos porque son únicos e irreproducibles, muchas provincias están creando museos a fin de preservar ese patrimonio. Esos museos necesitarán del trabajo de los graduados en la nueva carrera.

   
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