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15 de abril de 2002

Los conflictos armados
y la salud

Por Valeria Sander*

  Existen factores que potencian la transmisión de enfermedades durante los enfrentamientos bélicos.
Se trataría principalmente de la destrucción del medio ambiente, el hacinamiento y las emigraciones.

  En los últimos meses los medios de comunicación se han visto saturados de notas acerca del advenimiento de la guerra bacteriológica, las enfermedades relacionadas con ella y sus posibles efectos sobre la población. Sin embargo, el impacto de los conflictos bélicos sobre la salud de las comunidades involucradas es de por sí avasallador, sin tener en cuenta el agregado de las armas biológicas.

  Este impacto hace referencia a los denominados "efectos colaterales" de los enfrentamientos armados, cuyas drásticas consecuencias la humanidad viene sintiendo desde hace siglos. Estos no son daños provocados directamente sobre el ejército en el campo de batalla, sino que son aquellos que recaen sobre el ambiente, sobre la población civil, y en algunos casos, en forma no intencional sobre los soldados.

  Un artículo publicado en el British Medical Journal, en julio de 2000, trata este tema y postula que habría tres puntos principales para evaluar el costo sanitario de las guerras: el desmoronamiento de los sistemas de salud, la destrucción del medio ambiente y los cambios en el comportamiento psico-social de la población.

  En general, cuando un país entra en guerra, la mayor parte de su presupuesto es destinado para gastos militares. Esto implica una reducción del porcentaje que debería ser empleado para otros asuntos, entre ellos la salud. El autor del artículo, Antonio Ugalde, quien es profesor de sociología en la Universidad de Texas, hace referencia a la guerra civil llevada a cabo entre 1982 y 1992 en El Salvador, donde el gobierno del país disminuyó un 50% el presupuesto para la sanidad.

  Por otra parte, son los militares los que tienen prioridad a la hora de elegir "a quién curar" durante un conflicto bélico. Los médicos y enfermeras son asignados casi exclusivamente a la atención de los soldados, quienes también son los primeros en recibir las medicinas.

  Bajo estas circunstancias la población civil queda expuesta a las enfermedades, con pocas esperanzas de recibir los tratamientos adecuados. Esta situación se ve aún más agravada si se tiene en cuenta que los hospitales y depósitos de medicamentos se han transformado en objetivos militares de rutina para algunos ejércitos.

Hambre y desnutrición

  La duración y brutalidad de las guerras, la gran cantidad de personas afectadas y el deterioro progresivo de la economía de los países en lucha llevan generalmente a la falta de alimento entre la población, lo cual se ve agravado si las tropas enemigas confiscan, bloquean o destruyen provisiones.

  La desnutrición es una de las muchas causas que pueden provocar que el sistema inmune (el encargado de la defensa del cuerpo contra los males) decaiga, posibilitando que padecimientos que en condiciones normales podrían ser fácilmente controlados, se transformen en enfermedades críticas, pudiendo convertirse incluso en epidemias. Este es el caso de la denominada gripe española, o gripe de 1918, que golpeó a los soldados de la Primera Guerra Mundial y se dispersó rápidamente por el mundo, cobrándose 20 millones de vidas en menos de un año (ver recuadro).

  Según Ugalde, la deficiencia alimentaria, menos severa que la desnutrición, puede ocasionar enfermedades muy serias durante el crecimiento de los niños, particularmente a causa de la falta de nutrientes, que se ve representada por distintos niveles de depresión y deficiencias intelectuales. El especialista remarcó que algunos indicadores del deterioro de la salud son los abortos espontáneos, nacimientos prematuros, muertes neonatales y maternales; todos ellos aumentados en épocas de guerra por la desnutrición.

La emigración

  Actualmente en la guerra que se está llevando a cabo entre Afganistán y EE.UU. se puede observar una emigración masiva de los pobladores del país asiático, que en muchos casos viene acompañada de hacinamiento y acumulación de desperdicios. Estos hechos no son redundantes al tratar de explicar por qué surgen enfermedades en zonas donde antes no las había.

  El biólogo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, Nicolás Schweigmann, explicó: "Generalmente, cuando hay hacinamiento, hay también acumulación de comida en depósitos, como por ejemplo de granos. Éstos atraen a ratas y ratones, que son transmisores de muchas enfermedades, como la peste bubónica, fiebres hemorrágicas y leptospirosis, todas ellas relacionadas con la materia fecal, la orina y las pulgas de estos animales".

  Durante la Segunda Guerra Mundial, muchas de las personas en los campos de concentración sufrieron de tifus, una enfermedad transmitida por pulgas y piojos, característica del hacinamiento y la falta de higiene, que genera fiebres altas, manchas en la piel y dolores de cabeza.

  Por otra parte, cuando un grupo de personas se traslada de una zona a otra, pueden adquirir enfermedades para ellas desconocidas, contra las cuales las defensas del organismo no están preparadas, pudiendo llegar a ocasionar, en los casos más extremos, hasta la muerte. Se sabe que, durante el descubrimiento de América, las poblaciones indígenas se vieron diezmadas, particularmente, por epidemias de viruela, enfermedad desconocida por los aborígenes del Nuevo Mundo. La gran mayoría de las poblaciones amerindias desaparecieron debido a esta enfermedad y no a las balas de cañón, como tendería a creerse. Por su parte, muchos de los españoles que transmitieron esa enfermedad eran portadores sanos.

  A este respecto Schweigmann, quien es especialista en vectores (organismos capaces de amplificar la transmisión de una determinada enfermedad, en general son insectos que se alimentan de sangre), agregó: "Si un ejército se traslada a una zona donde existe una enfermedad endémica, por ejemplo en las zonas tropicales se podría citar a la malaria, los soldados pueden contraer el parásito que produce ese mal y transportarlo (sin desearlo) a las ciudades. Si en esas ciudades está presente otra especie vectora, podría producirse una epidemia".


Vietnam, exponente moderno de los efectos directos y colaterales de la guerra sobre la salud
  Se cree que la epidemia de la fiebre amarilla, que azotó a la ciudad de Buenos Aires durante 1871, y que provocó la muerte de aproximadamente un cuarto de sus pobladores, pudo estar relacionada con la Guerra de la Triple Alianza, disputada entre Argentina, Brasil y Paraguay durante 1870. Esta se libró principalmente en las selvas de las zonas limítrofes de estos países, donde la enfermedad estaba presente. Se supone que uno de los primeros infectados de fiebre amarilla la habría contraído en un barco de guerra que arribó a Corrientes, donde luego se produjo un brote de este padecimiento.

  Más allá de todo lo enumerado hasta el momento, la guerra deja a su paso un grupo de enfermedades de origen psico-social que es muy difícil de estimar. Se trata del aumento en el grado de violencia de la población y padecimientos como el alcoholismo y la drogadicción. También se puede decir que los conflictos armados ocasionan una enorme destrucción en el medio ambiente, que en muchos casos no puede ser reparado.

  Teniendo en cuenta que solo se habló de "efectos colaterales" de las guerras, queda por preguntarse: ¿ Cuánto peores pueden ser los efectos directos de un conflicto bélico? Y algo que resulta aún más urgente: ¿ Cuáles serán los efectos colaterales de esta guerra, librada en un país donde hay esporádicos brotes de fiebres hemorrágicas? Por el momento, estas respuestas quedarán en el tintero.


  El año que vivieron en peligro

  La primera Guerra Mundial se libró entre los países más poderosos del mundo entre 1914 y 1918. En marzo de 1918, mientras las noticias de la guerra llenaban los periódicos del planeta, un cocinero llamado Albert Gitchell, que trabajaba en un campamento militar de Kansas, EE.UU., denominado Fort Riley se reportaba enfermo, sufriendo de dolor en todo el cuerpo. Había comenzado lo que sería la epidemia de gripe más importante de la historia.

  Para el final de esa semana 500 soldados del escuadrón estaban enfermos, y 48 habían muerto. Cuando el brote de gripe parecía haber llegado a su fin, un millón y medio de estadounidenses fueron embarcados para luchar en Francia, entre ellos, algunos militares de Fort Riley. El virus de la influenza ( gripe) también cruzó el Atlántico junto a ellos.

  Entre el lodo y la lluvia de las trincheras, un simple estornudo cargaba millones de partículas del virus, con un poder mucho más mortífero que el de las balas enemigas. Los soldados americanos sin saberlo se encargaron de dispersar la enfermedad entre los ingleses, alemanes, franceses y españoles.

  Esta gripe se ganó el nombre de influenza española, puesto que en ése país fue donde más duro golpeó, contándose 8 millones de muertos. El rey español casi se convierte en una más de sus víctimas.

  En setiembre de 1918 la gripe regresó junto a los soldados de EE.UU. a su país de origen, pero esta vez se instaló en otro campo militar- Camp Devans-. En un par de meses la enfermedad cruzó caminos, rutas y ciudades, matando militares y civiles.

  Para finales de noviembre esta epidemia empezaba a retirase, dejando tras de sí más de 21 millones de muertos, de los cuales 600 mil eran estadounidenses. En sólo 10 meses murió más gente en EE.UU. por la gripe, que durante todos los combates armados del siglo XX en los que participó este país.
 

* Valeria Sander, es estudiante de Ciencias Biologicas FCEyN, y egresada del curso de Divulgación Cientifica de la FCEyN)

 

   
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