Facultad de Ciencias Exactas y Naturales-UBA
  AÑO 14 - NÚMERO 515
  JUEVES, 21 DE OCTUBRE DE 2004
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Universidad de puertas abiertas
Aporte universitario al desarrollo cooperativo vecinal

Desde hace tres años, un grupo de docentes y becarios de la UNC desarrolla el Programa de Extensión Interfacultades, que impulsa la organización de cooperativas en torno a comedores de barrios carenciados.

  La crisis institucional de fines de 2001, es sabido, potenció la vulnerabilidad de numerosos sectores sociales. En medio del descrédito general hacia las instituciones, un grupo interdisciplinario de docentes de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) comenzó a trabajar en un proyecto de extensión que permitiera la consolidación de emprendimientos colectivos en comunidades desfavorecidas. Ana Correa es la coordinadora de esta iniciativa que tiene como objetivo promover los lazos de solidaridad y mejorar la propia percepción de los grupos afectados.

  En ese contexto, y con la necesidad de reinventar técnicas, categorías y metodologías de intervención social, surgió el Programa de Extensión Interfacultades (PEI), que define su propuesta como trabajo universitario para la acción. Desde sus comienzos, el programa recibió el aval de las secretarías de Extensión de las facultades de Filosofía y Humanidades, FAMAF, Ciencias Económicas, Psicología, Ciencias Agropecuarias y Arquitectura, y contó con la dirección de cuatro coordinadores.

  “Nosotros estábamos preocupados por el rol de la universidad –puntualiza Correa-, las posibilidades que la universidad tenía de intervenir. En ese momento emergió una demanda de un grupo de desocupados (y de quienes nunca habían tenido una ocupación formal), de sectores muy pobres, de villas, que conocían algunas prácticas institucionales que veníamos desarrollando, un poco aisladas, desde la universidad”.

  Este grupo, aclara la titular de la cátedra de Psicología Social de la Facultad de Psicología, tenía una urgencia primordial: la necesidad de supervivencia y la consiguiente urgencia por articular comedores. Pero requerían organización para crear cooperativas que posibilitaran otras líneas de acción, ya que sólo sostenían el alimento de niños y ancianos.

  Por otra parte, la articulación del programa tropezaba con viejos vicios, tales como el atravesamiento de las instituciones políticas partidarias y asistenciales, que perturbaban la construcción de una lógica de proceso en la que los vecinos se sintieran protagonistas y no sólo receptores pasivos de un paliativo externo.

Una tarea de acompañamiento solidario y participativo

  Como punto de partida, el grupo de docentes e investigadores se avocó a la tarea de redefinir la labor extensionista, como un acompañamiento técnico de formación y capacitación con carácter solidario y participativo, que permitiera “ver el mundo desde los espacios de los otros”.

  “Comprendimos que debía realizarse una revisión crítica del lo que se entendía históricamente como extensión –explica la psicóloga- en el sentido de que no es una transferencia unilateral y de conocimientos, sino que hay que recuperar saberes existentes”. Al respecto, añade: “No es una tarea asistencial: no vamos a llevar soluciones ni asistencia en términos de dinero, de cuestiones materiales; no es una cuestión de ejercer una relación saber-poder: donde nosotros somos los que sabemos y ellos los que no saben. Muy por el contrario, había que revisar un cuerpo de saber de sentido común”.

  Es desde esta óptica que el trabajo del PEI se enfrentó a las actividades de extensión que tuvieron auge en la década del ‘90, con políticas sociales que tenían que ver con las privatizaciones, con el desarrollo de sistemas clientelares donde se obtenía un beneficio político a cambio de las asistencia y que terminaron por instaurar modalidades de relaciones sociales exclusivas y vinculares como si fueran naturales.

Los comedores como punto de partida

  Con ese enfoque, el PEI inició su experiencia en los comedores “La Mendoza”, de Villa 4 de Junio, “Un cachito de amor”, de barrio Sargento Cabral y “Renacer por los niños”, en Marqués de Sobremonte Anexo, consolidando un proceso que permitió establecer organizaciones cooperativas.

“Entendimos que juntamente con la precariedad se había apartado una práctica socializadora muy importante, como es la hora de la comida para cantidades de niños y para los padres afectados al proceso de organización de dicha comida”, desarrolla Correa. A partir de subsidios de las fundaciones Arcor, Antorchas y Navarro Viola se consiguió “sostener y compensar algunas condiciones de trabajo y de vida realmente paupérrimas”.

  De acuerdo con la coordinadora del PEI, esto “mejoró la calidad de las relaciones con los niños y sus padres, descendió el nivel de violencia y, fundamentalmente, los pobladores fueron repensándose a sí mismos como una organización”. Sobre esa base de mutuo entendimiento, se organizaron las huertas comunitarias, y se elaboró un programa de acompañamiento escolar, logrando una disminución significativa del nivel de repitencia de los niños que venían con problemas. A partir de este primer acompañamiento, por estos días los docentes y becarios están dictando cursos de alfabetización para adultos.

Un proceso productivo integral y cooperativo

  “Para fin de año pretendemos lograr el fortalecimiento de la relación cooperativa, generar algún tipo de actividad productiva, independientemente de los planes asistenciales que los pobladores reciben, capitalizando lo que han podido desarrollar, como el comedor, la fabricación de pan, los talleres de costura, la limpieza de las calles, las huertas”. De esta manera expone Ana Correa los objetivos del programa hacia el futuro.

  La intención es lograr que las prácticas comunitarias se constituyan como algo propio, que posibilite a los vecinos autonomizarse. “Porque, indudablemente, esto genera un proceso de mayor autoestima, de mayor confianza en sí mismos, de poder haber desplegado unas mejores competencias para las prácticas que ya desarrollaban pero que, ahora, les permiten proyectarlas al mercado laboral”, grafica la psicóloga.

  Pero, para ello, fue necesario mejorar la organización de los vecinos, para que puedan comprender, primero, qué es un proceso productivo, qué condiciones materiales son necesarias para desarrollar un proceso tal que llegue a resultados positivos y qué misión tiene una organización cooperativa. “Recién este año han podido descifrar y analizar qué es una cooperativa –admite la docente- porque, hasta acá, lo cooperativo era entendido como la fraternidad comunitaria, pero no dentro de un proceso productivo, donde la cooperación tiene que ver con el intercambio, la reciprocidad, con la acumulación de capitales y el manejo de los recursos”.

  El origen de esta dificultad se relacionaba con el hecho de que los sujetos, hasta el momento, “sólo habían tenido experiencias muy fragmentarias del proceso productivo”. Los ejemplos no faltan: “Las mujeres que hacían pan, lo hacían entre dos o tres y lo vendían, pero no entendían cuál era la secuencia del proceso productivo colectivo. Desconocían –continúa Correa- que debían tener en un buen criterio de organización y que ésta debía ser eficaz porque era necesario llegar a un resultado y que precisaba, cada uno, ejercer un control ya no externo, sino de ellos mismos sobre sus miembros y que no estaba mal que se ejerza ese seguimiento”.

  El énfasis sobre este punto no es un dato menor, desde el momento en que, como lo explica la entrevistada, “todo mecanismo de control era vivido como una amenaza. Porque, justamente, la pobreza ha sido vista siempre como un objeto a ser vigilado, porque existe el prejuicio de la peligrosidad y la amenaza respecto a esa categoría, prejuicio que hay que revisar”.

Los beneficios del trabajo interdisciplinario

  Además del progreso en la organización comunitaria y cooperativa de los vecinos, el PEI ha significado un avance también para la labor extensionista de la UNC, al articular la participación de docentes e investigadores de distintas disciplinas en torno a un núcleo común, lo que aporta variables y variantes para analizar cada fenómeno en particular.

  La licenciada Correa se muestra entusiasta sobre este punto: “Basta con imaginarse, por ejemplo, el trabajo de los miembros del cuerpo de psicología con quienes provienen de ciencias económicas. Éstos tienen una serie de competencias específicas, pero adolescen de dominio de ciertos dispositivos como, por ejemplo, los de trabajo grupal, que los aportan los psicólogos y así, conjuntamente, avanzan en el diseño de las actividades”.

  De esta manera, se arrojan nuevas luces al proceso investigativo, lo que representa un potencial de suma riqueza para las categoría teóricas. El hecho de contar con registros gráficos y audiovisuales, con informes de avances permite, además, acercar el trabajo de campo al ámbito universitario, dando a conocer los resultados del programa a los estudiantes, como primera instancia de capacitación para los futuros aspirantes a integrar el proyecto.

  Para fines de 2004, una vez cumplida la etapa de tres años en los tres comedores y cooperativas, el objetivo del grupo de docentes y becarios del PEI es realizar una evaluación que les permita conocer el avance del proceso y constatar la instalación e internalización de los mecanismos de trabajo comunitario en los vecinos. La idea, confiesa Correa, es ir espaciando los encuentros, en vista de que ya comenzaron las etapas iniciales en otras regiones. Con ello, el programa continuará extendiéndose para alcanzar sus propósitos, esto es, “multiplicar la utilidad social y promover las redes solidarias dentro de marcos democráticos, en sujetos sociales de derecho que viven en situación de pobreza”.

Informes: Secretaría de Extensión de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Pabellón Residencial, Ciudad Universitaria. Teléfono: (0351) 433-3085.

Correo electrónico: extfilo@ffyh.unc.edu.ar.
Contacto: Ana Correa, acorrea@arnet.com.ar

Fuente: Hoy la Universidad.

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