Hundertwasser


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Si el planeamiento arquitectónico se vale de la racionalidad matemática como instrumento imprescindible 
de su buscada precisión geométrica, el proceso de diseño puede, sin dejar de contar con aquella herramienta, 
dar cabida de manera protagónica a los aspectos irracionales que tienen lugar tradicionalmente en la creación
 artística. El ambiguo lugar del diseño entre el arte y la disciplina científica es explotado por diversos creadores 
que manifiestan la esencia de su actividad como una articulación entre lo racional y lo irracional, lo apolíneo y lo 
dionisíaco, en una búsqueda perpetua por la cotidiana satisfacción del ser humano con su propia vivienda. 

El austríaco Friedensreich Hudertwasser (1928-2000) fue uno de aquellos hombres. Su trabajo es un sólido 
memorándum (si no un ultimátum) para los arquitectos, una llamada de atención, una apelación a nunca 
olvidar que se construye para albergar a un ser dotado de espíritu; en definitiva: a nunca olvidar las 
propiedades de la naturaleza, aquellas que frecuentemente son abstraídas por las academias: 
la curva, el color y el movimiento. 
 

«Algunos dicen que las casas consisten en paredes. Yo digo que consisten en ventanas. (...) Cada ventana
 individual tiene su propio derecho a la vida. (...) La repetición de ventanas idénticas una al lado de la otra 
y por sobre la otra como un sistema de grilla es una característica de los campos de concentración.»

- Hundertwasser, Dictadura de la ventana y derechos de la ventana. (Enero de 1990.)
 

«El inquilino (...) debe tener la libertad de inclinarse hacia afuera en su ventana y, tan lejos como sus brazos 
puedan alcanzar, transformar el exterior de su espacio de hábitat. Y debe estarle permitido tomar un gran pincel y, 
tan lejos como sus brazos puedan alcanzar, pintar todo de rosa, para que desde lejos, desde la calle, todos puedan ver: 
¡allí vive un hombre que se distingue a sí mismo de sus vecinos, del ganado enjaulado! También debe estarle permitido 
abrir paredes y hacer todo tipo de cambios, incluso si esto perturba la armonía arquitectónica de una supuesta 
"obra maestra", y debe poder llenar su habitación con lodo o con arcilla de modelar para niños.»   

«Ha llegado el tiempo de que la gente se rebele en contra su confinamiento en construcciones cúbicas como 
si fueran pollos y conejos en jaulas, un confinamiento que es ajeno a la naturaleza humana.»

«Toda arquitectura moderna en la que la línea recta o el círculo geométrico han sido empleados por tan sólo 
un segundo -aunque sólo sea en espíritu- debe ser rechazada. Sin mencionar el trabajo de diseño, de tablero de 
dibujo y de construcción de maquetas, el cual se ha convertido en no sólo patológicamente estéril, sino también 
absurdo. La línea recta es atea e inmoral. La línea recta no es una línea creativa, es una línea duplicativa, una línea 
imitativa. En ella, Dios y el espíritu humano están menos en casa que las masas anhelantes de comodidad, 
descerebradas, intoxicadas e informes. Consecuentemente, estructuras de regla T, sean ellas curvas, dobladas, 
colgadas o perforadas, son inválidas. Todo esto es sólo el pánico de los arquitectos constructivos a perder contacto 
con las modas y cambiar su estilo con el tiempo.»

«La única función del arquitecto debería ser la de asesor técnico (...). El arquitecto debería estar subordinado al 
ocupante (...) o al menos a los deseos de él. Todos los ocupantes deben ser libres de crear sus "pieles exteriores", 
deben ser libres de determinar y transformar el cascarón externo de su domicilio, aquél que mira a la calle.» 

- Hundertwasser, Manifiesto del enmohecimiento contra el racionalismo en la arquitectura. 
(Discurso pronunciado en la Abadía de Seckau en el mediodía del 4 de Julio de 1958.)
 
 

«La mayoría de la gente ve con el intelecto mucho más a menudo que con los ojos. En lugar de espacios 
colorados, conocen conceptos. Una forma cúbica, blanquecina, alta y horadada por reflejos de cristal es 
para ellos, inmediatamente, una casa: ¡la casa!(...). Si cambian de lugar, el movimiento de las hileras de 
ventanas, la traslación de superficies que desfigura continuamente su sensación, se le escapan..., pues el 
concepto no cambia. Perciben, más bien, según un léxico que, según su rutina, se aproxima tan mal a los objetos, 
conoce tan vagamente los placeres y padeceres de ver que han inventado las bellas perspectivas. Ignoran el resto. (...) 
Incluso estas bellas perspectivas están bastante cerradas para ellos. Y todas las modulaciones que provocan 
los pequeños pasos, la luz, el entorpecimiento de la mirada, no les hacen mella. Ni hacen ni deshacen 
nada en sus sensaciones. Sabiendo horizontal el nivel de las tranquilas aguas, desconocen que el mar 
está en pie al fondo; si la punta de una nariz, un fragmento de hombro o dos dedos se sumergen al azar 
en un rayo de luz que los aísla, nunca se preocupan de ver una nueva joya que enriquece su visión. 
Esta joya es un fragmento de una persona que sólo existe, que les es conocida. ¡Y, como desdeñan 
lo que carece de nombre, el número de sus impresiones se encuentra estrictamente limitado de antemano! 
»El uso del don contrario lleva a verdaderos análisis. No puede decirse que se ejerza en la naturaleza. 
Esta palabra, que parece ser general y contener cualquier posibilidad de experiencia, es completamente 
particular. Evoca imágenes personales que determinan la memoria y la historia de un individuo. La mayor 
parte de las veces suscita la visión de una erupción verde, vaga y continua, de un gran trabajo elemental 
que se opone a lo humano, de una cantidad monótona que nos va a cubrir, de algo más fuerte que nosotros 
entrelazándose, desgarrando, durmiendo, embelleciendo otra vez, y a quien, personificada, los poetas 
atribuyen crueldad, bondad y muchas otras intenciones. Por tanto, hay que situar a quien mira y puede ver 
bien en un rincón cualquiera de lo que es.» 

- Paul Valéry, Escritos sobre Leonardo da Vinci.

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